martes, diciembre 08, 2009

Aceptacion

¿Nos ha dado pena esa pérdida?
¿Ha finalizado la relación con una persona amada?
¿Ha desparecido alguna cosa muy simbólica?
¿Últimamente la vida pasa monótona, sin todavía vivenciar eso que uno anhela?
¿Acaso la salud nos ha dado un “aviso”?
¿Tal vez la economía flaquea?,
¿acaso han herido nuestro ego? ¿o bien es la rabia y la impotencia acompañadas de oscuros deseos de venganza?

Si miramos hacia atrás en nuestra vida y observamos la de aquellos que nos rodean, sabremos muy bien que ésta es un rosario en el que las risas se alternan con las lágrimas. Uno también intuye que toda experiencia por dolorosa que sea, trae envuelta enseñanzas insospechadas. La evolución como rueda de molino, refina y sutiliza a las personas y a las cosas. ¿Por qué nos duele tanto la pérdida? La respuesta señala a nuestro yo que se confunde e identifica con eso que se va, generando una sensación que nos fragmenta. En realidad, somos mucho más que nuestras partes. Nuestra existencia tiene otro alcance y la capacidad de crecer internamente es ilimitada.

Todos sabemos que cuando uno sufre, de poco sirve decirle que hasta la pérdida más dolorosa es una vivencia que madura el alma. Sin embargo, cuando uno recuerda que puede observar su dolor y comprender que éste es pasajero porque se trata tan sólo de la otra cara de la moneda, la tensión afloja y asoma un rayo de esperanza. Uno sabe que si acepta lo que duele, si acepta que el dolor forme parte del gran juego, sucederá que la tormenta se apacigua y uno se libera. Cuando sufrimos un desgarro por la pérdida nos tornamos más sensibles al tiempo que disolvemos formas ilusorias. Más tarde, sentimos el corazón expandido y miramos la vida con otros lentes.

¿Acaso alguien todavía duda que tras la noche oscura no tarda en llegar el alba? ¿Sabemos ya que tras el llanto de la pérdida, se oye la suave alegría de las nuevas llegadas?

El dolor es transitorio, siempre pasó de largo dejándonos el pecho sin corazas. En realidad, el dolor es un “cohete” hacia el Espíritu que abre nuestra sensibilidad y revela el sentido último de la existencia. El dolor prepara silencioso el estallido del amor escondido que uno guarda.

Si hay dolor, aceptémoslo y recordemos que no hay errores, ni castigos, ni siquiera culpas, tan sólo aprendizajes y crecimientos del alma. En el fondo, y mientras su influencia pasa, uno resiste afirmado en sus valores, y desde ahí, siempre gana. No hay culpables, tan sólo conductas y programas. No pensemos que el Universo es un lugar diseñado para sufrir en nombre de las pérdidas. Tenemos derecho a ser felices y, si el dolor llama a la puerta y ocupa temporalmente la morada, tengamos en cuenta que la Vida florecerá exquisita en lo más hondo de nuestra esencia.

Tal vez en plena confusión, uno no se da cuenta de lo que realmente pasa. Sin embargo, sabemos muy dentro, que tras la película dolorosa viene algo maravilloso que sentimos merecer por el simple hecho de darnos cuenta. Se trata de un milagro que se acerca veloz a nuestras vidas pero, ahora, de forma diferente y renovada. No se trata de “más de lo mismo” y, sin embargo, es justo aquello que nuestro Ser Interno, aunque no lo creamos, anhela y demanda. Confiemos. Dejémonos fluir y resbalar por las cascadas de la vida cotidiana. En realidad, mientras aceptamos, sabemos que ya llegan goces más profundos que abrazan nuestro pecho y hacen vibrar a nuestra alma.

Cuando el corazón llora por lo que ha perdido, el Profundo sonríe por lo que ha encontrado.
Dicho Sufí.

Es tiempo para pensar, valorar, bendecir y agradecer...

María Inés

martes, noviembre 17, 2009

Antagonismo

El Antagonismo puede ser una profunda experiencia a de aprendizaje cuando nos lleva a comprender que las diferencias no tienen que producir rupturas. En realidad, todas las fuerzas aparentemente opuestas resaltan las cualidades únicas, los puntos fuertes así como los débiles de cada uno. Generalmente, definimos la tristeza como lo opuesto a la alegría, la oscuridad como lo opuesto a la luz, la muerte como lo opuesto a la vida. Pero desde una perspectiva más amplia, estas cualidades son los dos lados de una misma moneda, aspectos duales de la totalidad. De hecho, se sirven la una a la otra, dando variedad a la vida y creando una belleza que sobrepasa con mucho las limitaciones impuestas por los modos de pensar rígidos.

Se dice que todo tiene su momento y su espacio, todo propósito y toda persona viviente. Todo lo que es, desempeña un papel integral en el conjunto general de la existencia. Cada ser, cada hoja de hierba, cada montaña o estrella es individual, único e independiente, y, no obstante, de alguna manera está misteriosamente interrelacionado con todo lo demás. Tan sólo la mente humana crea la ilusión de la separación y el antagonismo.

Cuando nos encontramos en una disposición mental contraria a las opiniones de otra persona, ambas partes necesitan dar marcha atrás y observar la discusión desde una cierta distancia para tener una perspectiva más amplia. Esto entibia el acaloramiento de las actitudes defensivas y crea espacio suficiente para que cada persona empiece a comprender el punto de vista de la otra. Darse cabezazos no sólo es agotador... produce todo tipo de dolores de cabeza y complicaciones innecesarias. Cortar totalmente con alguien porque es diferente o porque no estamos acuerdo con sus opiniones simplemente cierra las puertas de la cooperación que podría llevar a nuevos entendimientos y culminar en un gran avance. En cuanto tachamos a la otra persona de «imposible», estamos engañando a todo el mundo, especialmente a nosotros mismos. Excluir lo difícil nunca es una solución, porque impide la comprensión verdadera de los desafíos que hay que afrontar, y simplemente prolonga la discordia.

La manera inteligente de enfocar el antagonismo es, primero, delimitar un terreno neutral y, luego, confluir en él. Puede que resulte difícil hacerlo, pero si perseveramos, merecerá totalmente la alegría, y puede traer consigo beneficios inesperados.

No importa lo intolerable que pueda ser la situación, nada es imposible una vez que todas las partes están genuinamente dispuestas a dar una oportunidad a la paz. Las dificultades en la comunicación siempre se pueden superar si existe un deseo sincero de conseguir la armonía. Puede que lleve su tiempo restaurar el equilibrio, pero confiar en que eso es posible y esforzarse por conseguir ese objetivo hará que la unión entre sea posible, más profunda y más fuerte.

Si se pueden exteriorizar las diferencias en una atmósfera de respeto, en la que cada individuo tenga mucho espacio para expresar sus pensamientos y sus quejas sin miedo a que lo juzguen o a que se tomen represalias, la situación mejorará para todos.

Por último, no tomarte a ti mismo o tus opiniones tan en serio contribuirán a disipar la dureza de nuestro modo de pensar y, al mismo tiempo, creará más espacio para la confianza. Un poco de sentido del humor también ayuda, porque aligera la pesadez de un ambiente, creada por el escepticismo y la inhibición.

Una de las manifestaciones más extrañas de El Antagonismo surge cuando elementos que armonizan entre sí de manera natural se han enemistado de alguna forma. Ya se deba este distanciamiento a un malentendido o a fuerzas externas más allá de nuestro control, evitemos la tentación de intentar forzar una reunión feliz. Lo mejor que podemos hacer es confiar en la naturaleza de la sabiduría, sabiendo que lo que realmente debe estar junto se reunirá a su debido tiempo.

A veces, las épocas de antagonismo traen consigo oportunidades inesperadas para descubrir nuevas armonías. Es un poco como una sesión de jazz improvisado que comienza con disonancia y, mágicamente, se conviene de alguna manera en un concierto verdaderamente inspirado y espontáneo.

Si estamos en una situación en la que alguien está reteniendo información o energía, o está siendo agresivo, no derrochemos nuestra propia energía en un enfrentamiento que sólo servirá para empeorar las cosas. Tómate tu tiempo para considerar cuál es la causa de tu decepción y en qué deseos para el futuro te has involucrado, y luego relájate. Soltar algo significa volver a un espacio de neutralidad dentro de nosotros, estando dispuesto a ver lo que es posible sin tener expectativas de resultados específicos.

Recuerda el viejo refrán: «Querer es poder». No es sólo un refrán; es una verdad. Todo el mundo es único, pero, paradójicamente, todos somos lo mismo. Celebrar nuestras diferencias trae armonía a la vida de todos.

Evitemos utilizar la seducción o cualquier otra forma de manipulación para forzar a los demás a que tomen partido. Jugar a ese juego es enredarse en politiqueos. Eso rebaja nuestra propia integridad y, a la postre, genera desconfianza.

Fomentar obstinadamente una actitud que proclama que la relación no puede funcionar «de ninguna manera», deja al descubierto el hecho de que en algún punto de nuestra manera de pensar hay un miedo oculto que percibe la reconciliación como algo amenazante. Es una buena idea clarificar en nuestra propia mente qué es lo que nos asusta perder. Una vez que entendamos bien eso, la situación mejorará de forma natural.

domingo, octubre 04, 2009

Vivir en la confianza.

La mente humana suele tender a anticipar desgracias. Y sucede que cuando sufrimos antes de lo necesario, sufrimos más de lo necesario. Las estadísticas afirman que el noventa por ciento de nuestros sufrimientos los causan cosas anticipatorias que no han sucedido ni van a suceder. Si observamos nuestra mente, comprobaremos que funciona de manera fugaz e inquieta. Se mueve yendo y viniendo entre el pasado y el futuro y discurre rápida entre los polos de la antelación y la memoria. Pero tal función no tiene por qué conllevar la anticipación sufridora que, a menudo, tortura a muchas personas.

La mente cuida de nuestro cuerpo, revisando velozmente registros pasados, a la vez que los proyecta en sucesos por venir. Una función que, aunque nos protege de peligros y previene riesgos, puede generar pensamientos infundados acerca de desgracias venideras. No tenemos más que el presente. El estado de pre-ocupación es estéril, ya que lo apropiado es ocuparse, no pre-ocuparse que es lo mismo que ocuparse antes de tiempo. Recordemos que somos más felices y eficaces creando soluciones que dando vueltas en torno a los problemas. Entretanto, ¿qué mejor que abrir el corazón a la esperanza?

Una mente que procesa el problema, que se acerca una y otra vez a éste y no crea soluciones, es una mente incompetente e incompleta. Una mente sana observa el problema y, rápidamente, lo suelta para reorientarse de inmediato hacia el vislumbre de las soluciones que correspondan. El miedo y la tensión, tan sólo cumplen su verdadera misión cuando movilizan la inteligencia hacia la acción que convenga. Mantengamos la atención para no “engancharnos” al problema, ya que una vez “visto” éste, donde realmente tenemos que poner nuestra visión es en las soluciones certeras. No miremos tanto al veneno como al antídoto. Y, si al principio éste no se ve, tal ausencia no quiere decir nada. Por el mero hecho de “mirar” dicho espacio, los remedios y soluciones aparecerán progresivamente en la consciencia. Aquello en lo que uno enfoca su atención tiende a crecer, se trate de solución o se trate de problema.

Cuando se quiere ayudar a una persona cuya mente se siente amenazada por problemas venideros, lo mejor que puede hacerse es ayudar a dicha mente a que se torne clara y confiada. De esta forma, estará más capacitada para enfrentar las pruebas que se avecinen con ecuanimidad y eficacia. Entonces, ¿qué mejor apuesta que fomentar los recursos del ahora? Sin duda, el sentimiento de confianza es la mejor opción de nuestra mente y es el gran rasgo de la inteligencia del alma.

La confianza es complicidad y comunión con una sintonía más amplia. La confianza es sintonía con ese Poder tan grande que mueve los átomos y las galaxias. Vivir en la confianza es sentir que, llegado el momento de las encrucijadas, uno sabrá hallar las claves y decidirá lo que entonces haga más falta. La confianza es saber que el tiempo va a favor y que, cada día, nuestra mente es más competente y sabia.
Y de la misma forma que el Universo se expande a velocidades infinitas, nosotros también nos abrimos a lo que, en realidad, somos: Observadores del gran regalo de la consciencia.

Recordemos que al final, todo se arregla, y que, en realidad, nunca pasa nada. Además, si uno reflexiona, termina por reconocer que el dolor y las pérdidas pasadas abrieron nuevas avenidas internas por las que se expandió la consciencia. El dolor que tuvimos que soportar, acompañado de pérdidas, vació nuestro ego y “pinchó” ilusiones que nos esclavizaban. Más tarde, cuando las burbujas se desvanecen, sentimos mayor ligereza y vibramos en la sintonía del alma.

lunes, septiembre 28, 2009

El conflicto.

Conflicto es básicamente un choque de voluntades... y el encontronazo surge en primer lugar dentro de cada uno de los combatientes. Cuando un individuo o grupo cree firmemente que tiene la razón con respecto a una idea, una propuesta o una manera particular de hacer las cosas, es fácil perder de vista la visión de conjunto, en la que cada posición ofrece una perspectiva única y valiosa. Y cuando las partes antagónicas de un conflicto se quedan «ancladas» en sus posiciones, ambas pierden la perspectiva necesaria para llegar a una resolución. De hecho, la atmósfera puede calentarse y tensarse tanto que cada bando empiece a considerar la lucha como una cuestión de vida o muerte.

La primera víctima en semejante encontronazo es el potencial que hay dentro de cada uno de nosotros para sentir mediante la experiencia que somos una parte integral del todo... lo suficientemente grande para abarcar una perspectiva de 360 grados y lo suficientemente fuerte para salirse de la dualidad de «o luchar o huir». Hay siempre una tercera opción, que no conlleva ni renunciar a nuestra propia verdad tan hondamente sentida, ni forzar a otro contra su voluntad a someterse a nuestros propios deseos. Esta tercera opción requiere que primero relajemos nuestro puño cerrado para formar una mano abierta, y que también el corazón y la mente permanezcan abiertos.

Sólo se necesita que uno de los combatientes salga del campo de batalla para que cambie toda la situación. No «rindiéndose» o retirándose para planear una estrategia más astuta, sino ascendiendo a un plano más alto desde el que la perspectiva lo abarque todo. Tanto la energía como la visión son contagiosas: ya sea un contagio de la actitud defensiva, la ira y el miedo, o del entendimiento de que cada uno de nosotros es un miembro único y valioso del gran todo.

El primer paso en esa ascensión es dar un paso atrás desde el embrollo presente para calmarnos. Fundamentalmente la tarea empieza con uno mismo. Preguntándonos primero, sin querer echarle la culpa a nadie, cómo comenzó el conflicto. Buscar la raíz de la contienda en nosotros mismos y en nuestras propias intenciones, y desviar el foco de cualquier preocupación que pudiéramos tener con «el otro».

Cada uno de nosotros ha aprendido todo tipo de técnicas de «supervivencia» en un mundo que venera a los poderosos y a los que adoptan una acción dinámica, agresiva; en una palabra, a los «vencedores». Pero con demasiada frecuencia los «vencedores» necesitan «perdedores», y nadie quiere ser uno de ellos. ¿Qué teníamos miedo de perder al principio de este incidente? ¿Y hemos optado por dejarnos guiar por ese miedo en vez de por la percepción de nuestra propia fuerza y valía?

Mirando dentro de nosotros para identificar nuestra propia aportación en un conflicto podemos aprender mucho acerca de nosotros mismos y de nuestros miedos e inseguridades. Viéndolos claramente, conseguimos humildad para perdonar y ser perdonado, fortaleza para asumir la responsabilidad de nuestras propias debilidades y compasión por las debilidades de los demás.

A veces, lo mejor que se puede hacer es retirarnos de un conflicto incluso antes de que empiece. Si es demasiado tarde para eso, lo mejor puede ser retirarse de él en cuanto empiece. Una cosa acerca del ansia de poder presente en la raíz de todos los conflictos: si tú no entregas tu poder, nadie puede quitártelo. Cuando tú mantienes intacto tu poder, se acabó el juego.

Es siempre el ego el que se siente provocado: el yo auténtico sabe exactamente quién es y cuál es su posición. Y el viejo proverbio es cierto: «Al luchar tendemos a volvernos como nuestros enemigos». No quieres que te pase eso, ¿o sí?

Abrirse a la posibilidad de unificación ayuda a desprenderse de las «anteojeras» que limitan nuestra visión, y hace posible que las viejas rigideces den paso a la flexibilidad. Al hacer estos «deberes» —la tarea de uno mismo— se hace posible un mayor entendimiento, y se origina una aproximación más espontánea a la vida cotidiana.

Cada situación o conflicto que lleva todas las de perder oculta un posible desenlace beneficioso para ambas partes. Los que están en la posición de «derrotar» realmente a sus oponentes tienen una responsabilidad especial una oportunidad única para buscar la solución que traiga beneficios duraderos para ambas partes, en vez de conformarse con saborear una victoria que está destinada a ser momentánea.

No intentes siquiera empezar algo nuevo hasta que se haya resuelto el presente conflicto. Igual que sacarte una astilla del pulgar, es doloroso pero necesario para evitar más daños. Éste es un buen momento para llamar a un mediador imparcial si hay uno disponible, que pueda aportar luz en las áreas en las que no hay claridad.

Cuando las cosas alcanzan un punto de ebullición, la llama que hay bajo la olla no se apaga mágicamente por misma. No importa lo difícil que pueda parecer, es esencial esforzarse con firmeza para alcanzar un acuerdo. Al principio, al ego esto le parece exasperante, porque no hay nada que el ego odie más que la apariencia de vulnerabilidad.

domingo, agosto 30, 2009

La llamada de la Compasion

La compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. La acción compasiva resulta paradójica y misteriosa: es absoluta y, sin embargo, continuamente cambiante; es capaz de aceptar que todo ocurre exactamente como debe y, a la vez, trabaja con total entrega a favor del cambio; tiene objetivos, pero sabe que no existe más que el proceso; se muestra alegre en medio del sufrimiento y esperanzada ante obstáculos insuperables; es simple en un mundo de complejidad y confusión; se hace para otros, pero en realidad nutre a quien la realiza; protege para fortalecerse; pretende eliminar el sufrimiento, aún sabiendo que éste es ilimitado; es acción que surge del vacío.

Cuando vemos la inmensa tristeza y sufrimiento del mundo, nos suele suceder que sentimos un gran dolor en el corazón. Tantas veces el sufrimiento parece cruel, innecesario e injustificado, como si fuera el reflejo de un universo desalmado, y creemos que la avaricia humana y el temor que lo causan en gran parte están descontrolados... Pero cuando nuestros corazones se abren en medio de todo esto, surge el deseo de ayudar. Esta es la experiencia de la compasión.

La compasión es la apertura sensible de nuestro corazón al dolor y al sufrimiento. Así, cuando surge en nosotros, vemos y reconocemos aspectos de la vida que nos provocan tristeza, ira o indignación, precisamente aquellos que a menudo pretendemos ignorar. El poderoso despertar de nuestra propia compasión nos pone en contacto, de hecho, no sólo con las fuerzas nutridoras y sustentadoras del mundo, sino también con las opresoras y destructivas: al abrirnos directamente a éstas y familiarizarnos con ellas, en lugar de evitarlas como solemos hacer, será más probable que encontremos maneras diferentes de responder con amor y apoyo, y más eficaces, para aliviar el sufrimiento. Cuando el dolor lo padecemos nosotros mismos, intentamos por todos los medios acabar con él y, si no podemos conseguirlo solos, deseamos que alguien acuda en nuestra ayuda. Por eso, la compasión nos permite sentir la súplica de otra persona como propia, percibir el mismo anhelo de ser socorrido y escuchar a nuestro corazón pedirnos que ayudemos.

El Dalai Lama ha dicho: «El amor y la compasión no son un lujo, sino una necesidad. Sin ellos, la humanidad no puede sobrevivir, pero empleándolos podemos hacer un esfuerzo conjunto para resolver los problemas de toda la humanidad.»

Actuar con compasión no consiste en hacer el bien porque creamos que debamos hacerlo, sino sentirse empujado a la acción por un profundo y sincero sentimiento. Supone que nos entreguemos a lo que hagamos y que estemos totalmente presentes en esos momentos, por muy difícil, triste o aburrido que nos resulte y sin importarnos cuánto nos exija. Se trata de actuar desde nuestra más profunda comprensión de lo que es la vida, atentos a descubrir la mejor manera de actuar en cada situación y sin comprometer la verdad. Es trabajar con los demás de forma desinteresada y con un espíritu de respeto mutuo.

La compasión es la base de toda relación verdadera: significa estar presente con amor —amor por nosotros mismos y por todos los seres vivos, ya sean animales domésticos, pájaros, peces, árboles...; es llevar nuestra verdad más profunda a nuestras acciones, aun cuando el mundo parezca oponerse a ello, pues eso es fundamentalmente lo que tenemos para dar al mundo y a los demás.

El sufrimiento existe, el dolor existe, la crueldad y la injusticia existen. No podemos negarlo ni tampoco eliminarlo completamente por mucho que lo intentemos, pero lo que sí podemos hacer es llevar la verdad y la bondad a cualquier situación en la que nos encontremos: podemos usar el sufrimiento como una oportunidad para expresar amor. Cuando otros sufren, no siempre podemos hacerles felices aunque realmente lo queramos, pero podemos crear las condiciones para que puedan surgir otras opciones saludables y así colaborar en que creen una vida más satisfactoria. No podemos «arreglar» la vida de los demás, pero podemos ayudarnos unos a otros a ser más intuitivos y expertos ante nuestros «malos momentos», para poder tener más control sobre nuestras vidas y conseguir una mayor libertad al dejar de ser dependientes. En realidad, lo que podemos darnos mutuamente es apoyo, ya sea desde la forma de cuidados amables o hasta la de la atención eventual a las necesidades humanas más básicas.

La vida en la Tierra, variada y maravillosa, incluye a la humanidad, como comunidad de personas interconectadas, todas ellas portadoras de un alma y con la capacidad de responder eficazmente a sus propios problemas, si cuentan con los recursos adecuados. Por razones complejas, muchos de nosotros no tenemos ahora tales recursos y necesitamos del apoyo y la ayuda de otros para que bascule la balanza, pero todos podemos participar en este movimiento.

La compasión empieza por uno mismo. Cuando nos queremos y tratamos bien a nosotros mismos, alimentamos nuestro crecimiento espiritual y cultivamos la compasión por los demás; algo que Gandhi, que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento ajeno, comprendió muy bien y expresó con las siguientes palabras: «Creo en la unidad esencial de todas las personas y, más aún, de todas las vidas. Por tanto, creo que si una persona crece espiritualmente, el mundo entero gana también en este sentido, y si una persona retrocede, el mundo entero lo hace en la misma medida.» Lo único que tenemos para dar es lo que somos: cuando nos aceptamos y perdonamos a nosotros mismos, nos sentimos más relajados y felices, y somos más capaces de ser amorosos con los demás.

La acción compasiva es un camino en el que desarrollamos nuestra conciencia y nuestra intuición, y al hacerlo nos convertimos en instrumentos cada vez mejores del cambio, a modo de huecas flautas de caña por donde suena la música sanadora de la vida.

Todos solemos ser benévolos y compasivos con las personas que conocemos y con la tierra sobre la que vivimos; enseñamos a nuestros hijos, escuchamos a nuestros amigos y cuidamos de nuestros jardines. Sin embargo, hoy debemos aprender a dar los «primeros pasos» hacia otra clase de acción compasiva, de una cualidad que nos puede costar descubrir y que llega más allá del alcance de nuestros brazos, llega el momento de actuar con amor, atención, verdad y pasión respecto a aquellos que nos llaman desde más allá de nuestro círculo cotidiano.

Nuestras solícitas respuestas individuales no tienen por qué excluir la necesidad de un compromiso por parte de los poderes públicos, pues aunque cada uno de nosotros enseñara a leer a alguien, nuestras escuelas seguirían necesitando programas para prevenir y ocuparse del analfabetismo. Sin embargo, necesitamos responder a ese grito de socorro cuando lo escuchamos para poder seguir viviendo en paz con nosotros mismos y con los demás. Y esa respuesta puede acercarnos a otros y eliminar parte del dolor del mundo.
La compasión es un sentimiento noble que eleva a quien la tiene, y esta compuesta por dos elementos básicos, la inteligencia de lo que sucede, y la acogida de quien se encuentra en la situación negativa. Hacía la persona que está en situación dolorosa la compasión se abre a la comprensión de su situación. Se da una visión reflexiva de lo acontecido. Existen pérdidas que resultan ganancia y, a veces también ganancias que son pérdidas. La persona compasiva puede distinguir estas situaciones y reaccionar frente a ellas de una forma constructiva. Quien ha sufrido una desgracia se siente sólo y en algún momento necesita ser acompañado. Este es el momento de ser acogido, lo que es de gran importancia para quien está afligido. Quien está triste se siente sumergido en la oscuridad, la luz ha huido de su corazón. La persona compasiva permanece llena de luz, de paz, de amor, y en ella el triste encuentra un puerto acogedor.

Cuando podemos ponerle buenas dosis de compasión a todo lo que vemos, oímos, hacemos y pensamos, las cosas cobran otra dimensión. Ya no es lo que creo que una persona me esta haciendo, aquel compañero de trabajo me dice, o tal vez nuestros familiares, no. Sino que a través de la compasión puedo ver como las personas, tratan de hacer o decir lo que pueden, desde sus perspectivas. Y si puedo tener y mantener una actitud llena de compasión, podré esparcir un poco de esa buena energía que da tener un corazón lleno de amor hacia mi mismo y hacia los demás.

domingo, agosto 02, 2009

como reconocer las Frustraciones.

Las frustraciones, entendidas como una consecuencia sicológica de la imposibilidad interior o exterior de alcanzar un objeto o situación para la satisfacción de una necesidad, son experiencias ingratas. Depende de nosotros dejarlas como tal o tratar de tomarlas como una prueba a nuestro estado de equilibrio interno y a nuestras capacidades de trabajar la paciencia, jerarquías en la vida, creatividad y, por qué no, sentido del humor.

La frustración se produce cuando aparece una barrera o interferencia invencible en la consecución de una meta o motivación. Podemos decir que la frustración es un sentimiento que viene generado por un malestar. Que se manifiesta como un estado de vacío o de anhelo insaciado. Dicho malestar está provocado porque “quiero algo”… Es una necesidad insatisfecha. Por lo tanto vivimos en un estado de frustración permanente. Porque hay muchísimas necesidades que no hemos satisfecho.

La frustración y los conflictos son un quehacer ordinario de nuestras vidas. Ellos no sólo interactúan entre sí, sino que viene hacer una de las fuentes más importantes del comportamiento humano. Y de tal modo, que la manera como el individuo los resuelva, dependerá, en gran medida su salud mental.
Tenemos las frustraciones de origen externo, que pueden ser "físicas", como la imposibilidad de encender el auto antes de salir del trabajo, y "sociales", como la falta de dinero para comprar algo que creemos necesitar, o las negativas de las personas a acompañarnos.
Tenemos frustraciones de origen interno: que son la inadaptación emocional y la falta de tolerancia a las mismas. De este modo el logro y el fracaso, así como la dependencia e independencia, son las principales fuentes internas de frustración y de acción.

La repetición de la frustración tiende a desarrollar la distancia entre su causa y la reacción; y puede llegar el momento en que se ha perdido la noción del origen de la frustración.

El proceso de madurez no es más que una larga carrera de obstáculos. A lo largo del desarrollo vital nos encontramos con numerosas barreras que impiden o dificultan la realización de nuestros deseos e impulsos. La auténtica madurez se consigue cuando asumimos nuestras limitaciones. Cuando sabemos convivir con las frustraciones producidas ante acontecimientos insuperables. Cuando nuestras metas y objetivos se asientan sobre un plano real, relegando nuestras fantasías al campo de la ensoñación, sabiendo en todo momento que no somos dioses ni súper humanos.

Elegir con libertad. Muchas son las personas que frustran sus expectativas porque sus normas o las de los demás no les dejan elegir con libertad. A veces “el debo” viene generado por normas sociales, morales, éticas y la persona no puede darle rienda suelta a sus verdaderas necesidades. Lo sano, es no dejarse manipular todo el tiempo en la toma de decisiones por esos “debo”, hay que intentar que “quiero” y “debo” sean similares.

¿Realmente nos hemos detenido a pensar la cantidad de veces que hacemos algo y que no queríamos realmente hacer? El hecho de tener miedo a la desaprobación y al rechazo a menudo hace difícil decir “no” a los requerimientos de los demás. Si nos pasamos la vida complaciendo a los demás, podemos perder la capacidad de saber qué es lo que realmente queremos. Es interesante que reflexionemos acerca de nuestra vida, actividades, las personas que nos rodean. Intenta en la medida de lo posible sentirte pleno en tu “quiero” y “debo”. Intenta no colocar siempre por delante esas normas generales que forman el “debo”.

Una frustración puede ser el trampolín para lograr tener un estilo de personalidad que lucha por sobreponerse a los problemas y lo hace valientemente hasta que finalmente lo logra. Nos puede enseñar que ese no era realmente el camino correcto y que finalmente debemos agradecerle a esa experiencia el haberse presentado en nuestra vida. También puede enseñarnos que en la vida hay que ocuparse de lo que verdaderamente vale la pena, como los sentimientos y las personas, por sobre las cosas materiales o los logros académicos. Y nos puede dar la posibilidad de reírnos de nosotros de una manera sana y descomplicada. Finalmente, nos puede dar la posibilidad de dejar de pedirle a la sociedad que sea perfecta, sin por ello convertirnos en seres depresivos o pesimistas, sino tan sólo realistas. Existen tres formas de reestablecer la capacidad para saber lo que uno desea:
Es necesario dejar de tomar decisiones impulsivamente
Si no tenemos clara una idea, podemos posponer la decisión utilizando frases asertivas como:
- Tengo que pensar en ello.
- Más tarde lo comentamos.
- En este momento no lo tengo claro.
Con este tipo de afirmaciones ganamos tiempo y dejamos claro a los demás que tienes opinión, aunque no sabemos cuál es en ese momento. De esta forma la sensación no será frustración porque no nos dejamos llevar abiertamente. La decisión final puede ser la que proponían otras personas, pero el hecho de exponer nuestros pensamientos nos hace libre de sentirnos manipulada. Cuando recuperemos las riendas de nuestras apetencias, a lo mejor decidimos no participar voluntariamente en las decisiones, pero ya no nos sentiremos frustradas.
No actúes de forma automática llevada por los hábitos de conducta que tienes
Lo sano ante una situación que abordar es pararse a pensar: ¿qué quiero yo realmente hacer?, ¿hago daño a alguien si decido autónomamente? A veces estamos atados a nuestras propias costumbres y sin embargo no son las actitudes que más me gustan. Lo peor de todo es auto-frustrarme porque me convierto en mi propia carcelera. Evalúa qué es lo más adecuado para ti en cada momento, e intenta no dañar a los demás en tus decisiones.
Déjate guiar pero cuando lo estimes oportuno
En ocasiones tenemos que ser educados y dejar a otros que decidan o incluso impongan su criterio. Con esto no pretendo decir que siempre tenemos que decidir nosotras, por encima de todo. Pero sí que tomemos parte activa de las situaciones que aparecen. Las normas sociales, morales y éticas están muy bien y proporcionan una vida ordenada en sociedad. Lo negativo es seguirlas a rajatabla frustrando nuestros deseos oportunos. Si te esfuerzas podrás conseguir un equilibrio entre tu “quiero” y tu “debo”.

Las barreras que se nos presentan en la búsqueda de nuestras metas, y son frustrantes pueden ser físicas, sociales o psicológicas. Las barreras nos impiden satisfacer nuestras necesidades.
Las barreras físicas son superadas con relativa facilidad. Observa como la Internet nos permite superar la barrera física de la distancia, y nos puedes comunicar en tiempo real con alguien al otro lado del mundo. Observa a tu alrededor y notarás la huella de una barrera superada con creces.
Las barreras sociales ocurre que se lucha a favor de la libertad, la igualdad y equidad entre los seres humano; se trabaja para disminuir la violencia; la pobreza, hambre, inseguridad, analfabetismo. Considere los países que en pocos años ha logrado superar obstáculos, que a otros pueblos les ha costado siglos de lucha.
Las barreras psicológicas son difíciles de superar, en virtud de la carga subjetiva de la misma. Por ejemplo, cuando dices: “No puedo”; afirmas: “Siempre he sido así, no voy a cambiar”; o concluyes: “Eso es muy difícil para mi”.

La frustración produce un conflicto; que a su vez genera un desequilibrio interno. Llegado al estado de desequilibrio, se activan algunos mecanismos compensatorios para aliviar la tensión producida. Algunos de nuestros mecanismos preferidos.
Evasión. El que evade, cuando esta desequilibrado, procura dormir mucho, usa tranquilizantes, ahoga las penas en licor, trabaja en exceso para ocupar espacio y no detenerse a pensar. En caso extremo desea la muerte.
Desistir. Cuando se considera que la barrera es insuperable, otro posible mecanismo es “colgar los guantes”; “tirar la toalla”. Abandonar la búsqueda de la meta.
Meta alternativa. En este caso, ante un obstáculo que impide alcanzar lo que deseamos, buscamos otra meta. Si no me quiere María, me busco a Juana. Como estudiar medicina resulta muy difícil, me cambio a otra carrera… ¿No hay chocolate? Déme vainilla…Vivir con Juana… obtener otra carrera… o saborear vainilla… alivia el desequilibrio. Pero seguiremos frustrados… porque no es lo que originalmente deseábamos.
Agresión a la barrera. De este modo intentamos aliviar tensiones. Si tu pareja no desea compartir contigo… la hieres de palabras… hasta maltrato físico. Generalmente la conducta agresiva es un mecanismo compensatorio que utiliza una persona frustrada.
Agresión desplazada. Típica reacción de desequilibrio. Como no puedes agredir a la barrera porque es tu jefe, una autoridad, o tu mismo; entonces te desahogas agrediendo a otros. Generalmente alguien más débil. Lamentablemente esa persona más débil es tu pareja, un hijo, un amigo, un subalterno. Que no tienen culpa, responsabilidad, ni nada que ver con tu frustración.

¿Cual es tu mecanismo favorito? tales conductas no nos conducen a nada satisfactorio, al contrario, agravan el problema. Y lo peor… seguimos frustrados.

¿Qué hacer entonces?
Superar la barrera mediante una solución de compromiso. Es decir utilizar todos nuestros recursos para enfrentar y resolver creativamente la fuente, el origen de la frustración; no los síntomas. El procedimiento es sencillo:
Acepta que estas frustrado. Analiza la causa de dicha frustración. Plantea todas las posibles soluciones. Jerarquiza las posibles soluciones en orden de importancia. Elabora un inventario de todos los recursos que tienes a tu alcance. Actúa. El asunto es decidir.
Las frustraciones no son negativas. Es una condición de la naturaleza humana. El problema es como las enfrentamos. A lo largo de nuestra existencia hemos enfrentado muchas barreras que te frustran. Pero las superamos. ¿Recuerdas cuando te levantaste y venciendo la fuerza de gravedad comenzaste a caminar?
Haz un recuento de tu vida desde que naciste. Observa la inmensa cantidad de escombros de barreras superadas. Felicítate por esos logros, que son muy tuyos. Agradece igualmente a quienes te dieron la mano para apoyarte en esos logros.

No tienes por qué vivir desequilibrado por las frustraciones… ellas son el pan de cada día… lo que necesitas es enfrentarlas creativamente. Hazlo y notarás como cambia radicalmente tu vida… en forma positiva. Muchos te admirarán y agradecerán el cambio.

No esperes mucho… Al final lo interesante es conocernos en profundidad para así poder decidir en nuestra vida.

lunes, junio 29, 2009

Aprender a Soltar

A fuerza de querer controlar todo lo que nos rodea, derrochamos nuestra energía y perdemos la serenidad. Cómo podemos disfrutar más de la vida, cómo podemos hacer para sentirnos en ella como en un baile, en una fiesta. Para eso debemos ser expertos en el arte de soltar. Si acarreamos las semillas del ayer al hoy, plantándolas en cada "ahora", nos atamos a aquello que ya ha terminado, que se ha ido, que pertenece a otro tiempo.

Muchas veces rehusamos cambiar un hábito, ser más flexibles, probar un nuevo método o dejar a un lado algo que sabemos está trayendo destrucción a nuestras vidas. Nos aferramos con porfía a nuestro camino, aun cuando este produzca dolor y sufrimiento. Nos aferramos hoy a una situación negativa que puede estarnos robando vitalidad, energía, creatividad y el entusiasmo de vivir.

Soltar es abandonar una ilusión: la de la separación. Lo cual no presupone, una negación de la individualidad. Simplemente, la parte se reconoce como una expresión del todo: la ola sabe que pertenece al inmenso océano y, al mismo tiempo, reconoce a las otras olas como una expresión de lo que ella misma es en su esencia. Por medio de esta aparente paradoja, el otro desaparece —nadie puede serme esencialmente extraño— y es reconocido, a su vez, en su diferencia existencial. El Yo deja de ser la medida de todas las cosas. No existe más un Yo que exige que el otro se pliegue a mis deseos.

Cuando hay un reconocimiento de que algo ha terminado, que algo está concluyendo, sea lo que sea: un trabajo, una relación, un hogar, algo que nos haya podido ayudar a definir quienes somos. Es el momento de soltarlo, permitiendo la tristeza, pero sin tratar de agarrarlo. Sabiendo que algo más grande nos está esperando, hay nuevas dimensiones para descubrir.

Parece que hay que aprender a «soltar». En todo caso es lo que cada uno puede leer u oír cuando se trata el tema de la dimensión espiritual de la existencia. Si bien esta expresión es bastante usada, incluso es un cliché del crecimiento personal, no por ello es menos confusa. Se presta a varios malos entendidos. Exactamente ¿qué debemos “soltar” o “dejar ir”? Esta actitud, ¿es compatible con un posicionamiento responsable? ¿Cómo pasar de la teoría a la práctica?

Generalmente, cuando realizamos una limpieza nos sentimos aliviados, pero no siempre somos capaces de retirar todo aquello que ya no usamos. No deja de ser algo parecido a lo que nos pasa en otros aspectos de nuestra vida, no siempre somos capaces de prescindir de algunos prejuicios o principios arraigados en nuestro pensamiento desde hace tiempo, aun habiendo comprobado reiteradamente su invalidez.

Este “deber ser” puede que simplemente este reflejando nuestros miedos a perder lo conocido, a soltar, a morir. El único problema radica en que el miedo a la muerte genera el miedo a vivir, podríamos decir que son las dos caras de la misma moneda. Es como si la vida nos quisiera enseñar constantemente la importancia de la muerte, como decía Steve Jobs, “la muerte es el mejor invento de la vida, retira lo viejo para dejar sitio a lo nuevo” “todo lo que consigues en la vida, antes o después, tienes que soltarlo; de forma gradual o de repente, de forma voluntaria u obligada”, de ahí la importancia de aprender a gestionar las pérdidas y elaborar el duelo correspondiente, de una manera sana.

La manera en que gestionemos las perdidas nos harán crecer como personas o enquistarnos, hemos de conseguir pasar de preguntarnos ¿por qué? a contestarnos ¿para qué? La clave siempre estará en aceptar la realidad, aprender a soltar y, para ello nada mejor que empezar a practicar con una buena limpieza de las cosas inútiles que nos rodean.

Antes de pretender «soltar», deberíamos saber qué es lo que «tenemos». En el centro de esta posesión se encuentra el ego, una convicción, un sentimiento del cual emana todo. Yo, Pedro o Isabel, existo independiente de todo, solo frente al otro, es decir, a todo lo que no es «Yo» y que, al ser «otro», no siempre obedece a mis deseos. La identificación con este muy querido Yo se paga muy caro: me siento separado. Así es que vivo, a la vez, en el miedo y en la ilusión de la omnipotencia. «Solo frente al mundo», «Después de mí, el diluvio», son, en suma, las dos creencias sobre las cuales se basa el ego.

¿Qué sucede en la práctica cotidiana? El sentido del yo separado se mantiene cuando rechazamos más o menos conscientemente al otro. Es decir, cuando decimos, por ejemplo, «Yo no quiero que llueva esta mañana», «yo no quiero que mi pareja se enoje», «yo rechazo todo y pretendo poner otra cosa en su lugar». Este rechazo se acompaña de una pretensión subyacente de controlarlo todo.

El hecho mismo de que «yo no quiera» implica la íntima convicción de que podría ser de otra manera porque mi soberano deseo. Queremos rehacer nuestro mundo con los «si», los «cuando», o en nombre de lo que «debe ser», lo que «hubiera podido ser> nuestros pensamientos vagabundean el pasado o el futuro. Es bastante raro que estemos «aquí y ahora», cuando, en realidad, no podemos estar en otro lado más que aquí ni en otro momento más que ahora. Independientemente de lo que mi mente pretenda, estoy donde están mis pies. Si pienso en el pasado o en el futuro, es siempre a partir de un ahora. Pasado, futuro, otro lado, no existen más que como pensamientos que surgen del aquí y ahora.

La práctica más simple y eficaz de soltar consiste, en ejercitarnos en la permanencia en el aquí y ahora con lo que es. Esta práctica no excluye prever u organizamos, ni nos dispensa de nuestras responsabilidades. La actitud de apertura incondicional al instante no conduce a bajar los brazos, ni a tolerar lo intolerable. El soltar, en lo inmediato, es totalmente compatible con la acción en el tiempo. No es resignarnos sino ser conscientes de nuestros propios límites. Un ejemplo: si hay un accidente justo frente a mí. El hecho de que practique el soltar aquí y ahora y sobre cuestiones como: ¿será grave?, ¿su vida dependerá de mí? no me conduce a abstenerme de ayudarlo. Por el contrario, este posicionamiento interior, al ahuyentar los pensamientos parasitarios o los miedos, me permite actuar más rápido, en la exacta medida de mis posibilidades.

Aquí y ahora me pertenece la acción, la propuesta de algo... Luego, la vida dirá... De este modo, guardo toda mi energía para actuar, en lugar de derrocharla. Renunciando a controlar el futuro, obtengo mejores resultados en el presente. En verdad, nuestro único poder, nuestra única responsabilidad real, se ejerce en el instante presente, el cual, prepara los instantes futuros pero sin garantías, incluyendo el próximo segundo. «La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros proyectos», decía John Lennon.

Soltar es, también, dejar de abordar la existencia con una mentalidad de «seguro contra todo riesgo». Por más que quiera controlar el futuro, la vida no es una compañía aseguradora y no ofrece ninguna garantía.

La práctica habitual del soltar nos alivia de un gran peso. Nos libera del complejo de Atlas llevando al mundo sobre nuestras espaldas. Hace coincidir el más profundo desapego con el más auténtico sentimiento de responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia los otros. Es, el fundamento de la verdadera confianza en uno mismo.

Soltar no es abandonar ni olvidar, es simplemente dejar en libertad, ser y dejar ser, sin presionar ni ahogar, no obligar o imponer, mucho menos apegarse a algo que se dice tener o se cree poseer
Soltar no implica ignorar no dejar que la rutina y el olvido se apoderen de aquello que es de mucho valor, porque va de corazón a corazón.

miércoles, marzo 04, 2009

Discernimiento, nuestra facultad de decidir.

El discernimiento es la capacidad de conocer aquello que en última instancia es para nuestro bien mayor. Podemos saber lo que es correcto para nosotros cuando escuchamos nuestro corazón y reflexionamos sobre nuestras elecciones. Es la capacidad de conocer en nuestra cabeza y corazón que algo o alguien es adecuado para nosotros. Muchas veces nos esforzamos por volver adecuada una situación o una persona en vez de preguntarnos si es persona o situación es lo mejor para nosotros. Cuando discernimos nos estamos valorando a nosotros mismos en todos los niveles y hacemos elecciones que reflejan ese nivel de autovaloración, vemos las cosas claramente y expandimos nuestra visión más allá de nuestros temores y dudas acerca de nosotros mismos.

Solo nos es posible discernir cuando somos capaces de tomar distancia de mis opiniones y de mi contexto, esto me permite percibir con mayor claridad… al combinar desapego y enfoque veo la escena completa, todas sus partes, así puedo comprender la verdad del momento y observar en el presente, en el aquí y ahora, desde una posición firme y segura, atenta, escuchando, alerta, disponible y confiando en nosotros incluso cuando enfrentamos opiniones contrarias o ideas obsoletas pero activas. Es el poder para escuchar lo que ya sabemos profundamente. La confianza en nosotros mismos es la clave, mientas mas confianza mejor sabemos distinguir cuando el sentido del conocimiento es preciso.

No puede haber discernimiento sin la cualidad del Amor, la forma más elevada de sensibilidad - cuando todos los sentidos están floreciendo juntos. Sin esta sensibilidad - no hacia los propios deseos, problemas y toda la insignificancia de la propia vida particular.

Para que el discernimiento exista, es esencial que haya libertad con respecto al dolor, a la aflicción, a la soledad. El discernimiento no es un movimiento continuo; no puede ser capturado por el pensamiento. Es inteligencia suprema, y esta inteligencia utiliza al pensamiento como una herramienta. Es inteligencia con su amor y belleza. En realidad, son inseparables; de hecho son una sola cosa. Esa cosa es lo total - que es lo sagrado en su máxima expresión.

El Poder de discernir es una hermosa llave para abrir en la vida la apariencia de lo mágico, es lo que nos permite capturar la maravilla, y protege nuestra sensibilidad mas profunda y desde allí tomamos las decisiones mejores para nosotros.

domingo, enero 04, 2009

Intimidad

Todo lo que existe en nuestras vidas, todo lo que hemos creado a nuestro alrededor, es simplemente un reflejo de lo que llevamos dentro. La intimidad forma parte de nuestras necesidades esenciales, sin ese privado y sagrado espacio de creencias, pensamientos, sueños, proyectos que nos constituyen como seres únicos nos sentimos como amputados de nosotros mismos.

La claridad con la que seamos capaces de percibir nuestra vida y lo que ocurre en ella, es factor fundamental para nuestro bienestar interior. Para estar bien con otra persona, necesitamos estar bien con nosotros mismos primero. De eso se trata la intimidad, de conocernos íntimamente, internamente, honestamente. Se trata de poder mirarnos al espejo y reconocernos y aceptarnos tal como somos.

La intimidad no se escuda ni en el pasado ni en el futuro, puede percibirse como algo que nos gusta o que nos disgusta, nos revela realmente quienes somos; deja al descubierto incluso nuestras heridas emocionales, temores y resistencias. Para poseer una intimidad, se debe estar dotado de un “si mismo”.

El ser humano necesita ser reconocido como persona. No es en la superficialidad donde el ser humano se distingue de sus semejantes, sino en la intimidad: el ser humano vale lo que vale su intimidad. Descubrirse a sí mismo en la dimensión personal requiere conocer cada vez mejor la propia intimidad. Descubrirse a los demás en esta misma dimensión implica ser capaz de comunicar la intimidad a otros. Ambas cosas resultan más fáciles en el clima natural de la intimidad que es la familia. Ello se debe a que "en el ámbito de esa gestación de segundo orden -comparando el claustro familiar con el claustro materno- lo biológico se hace biográfico. La familia es, por tanto, un centro de intimidad.

Aunque nuestros corazones anhelan la intimidad, aunque nuestras mentes entienden nuestra profunda necesidad de intimidad, la revelación de nosotros mismos que esta exige es a menudo algo que nos intimida demasiado. Compartir el propio ser completamente, sin límites, deja al desnudo el profundísimo temor humano a ser rechazado por ser quienes somos.

La intimidad significa compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas con otro ser humano imperfecto y frágil. Exige que le permitamos a otra persona descubrir qué nos moviliza, qué nos inspira, qué nos impulsa, qué nos obsesiona, hacia dónde corremos y de qué huimos, qué enemigos autodestructivos yacen dentro de nosotros y qué sueños locos y maravillosos albergamos en nuestros corazones.

Esta pertenece al individuo y a su interioridad, y también a los territorios que construye a lo largo de los años, pareja, familia, ya que La Intimidad, es la que entreteje el vinculo que lo une a su entorno, a sus “íntimos”, pareja, hijos, parientes, amigos. Para la intimidad, las relaciones son procesos, no productos acabados y perfectos.
La intimidad necesita tiempo y espacio para crecer, implica estar ahí con la otra persona, estando presente tanto física como mental y emocionalmente, ambos durante la conversación y el silencio. Somos afortunados si experimentamos solo tres horas de auténtica intimidad en toda nuestra vida.

Podemos desarrollar intimidad con nosotros mismos de la misma manera que lo hacemos con otras personas, al ser honestos con nosotros mismos, comunicarnos claramente con nosotros mismos, y permitirnos tiempo y espacio para estar a solas con nosotros mismos. Una vez que logramos intimar con nosotros mismos, aprendemos a aceptarnos por lo que somos, y nos sentimos lo suficientemente cómodos como para relajarnos y permitirnos fluir libremente con lo que sentimos, para expresarlo armónicamente, y establecer una conexión con la otra persona que nos permita conectarnos íntimamente.

Cuando nos compenetramos lo suficiente con otra persona para permitirnos decirle exactamente como nos sentimos, le ofrecemos un puente que puede permitirle conocernos mejor. Los puentes se cruzan en ambos sentidos, y eso nos permitiría conocer mejor a la otra persona también. Es importante recordar que no podemos intimar con otra persona más de lo que somos capaces de intimar con nosotros mismos. Por ejemplo, ¿Cómo podemos esperar que alguien sepa como nos sentimos si nosotros mismos no lo sabemos?

Es importante mantener siempre presente que nadie nos puede dar lo que no tenemos, ese es un trabajo que nos toca realizar a nosotros mismos. Si sentimos que hay algo que nos falta, e intentamos encontrarlo en otra persona, lo único que encontraremos será la decepción. Y no podía ser de otra manera pues simplemente estaremos viendo el reflejo de lo que llevamos dentro.

Sin intimidad no hay posibilidad de apertura, sin esta el individuo no se forma, el ser humano no crece.