lunes, junio 25, 2012

El corazón.


El camino de la vida parece ser una travesía hacia la realización de nuestra particular misión. Paso a paso, ciclo a ciclo, el viajero recorre paisajes emocionales en los que, a veces, queda muy poca motivación y entusiasmo para seguir la marcha.

El peregrino que llevamos dentro sabe muy bien que cada jornada, por muy vulgar que a menudo parezca, es un trozo del camino hacia la realización del alma. Para ello, viajemos atentos a las señales del cielo que, apareciendo aquí y allá, confirman la dirección y aseguran el contacto mágico durante la jornada.

¿Acaso no es éste un tiempo en el que, tras el pragmatismo y la racionalidad, nos acercamos veloces a la apertura de la crisálida?

¿Acaso una gran parte de la humanidad no está ya madura como para permitirse el lujo de vivirse en la Unidad y la Belleza? Hace ya tiempo que la madurez y la eficacia no están reñidas con Principios y Valores en los que el corazón se expresa.

La mente crea el puente, pero es el corazón el que lo cruza. La mente crea andamiajes basándose en sus objetivos y en sus metas. Sin embargo, uno sabe muy dentro que será su propio corazón quien va a dar el gran salto, quien, de verdad, moverá las cosas. El corazón tiene otros ojos y radares distintos a los de la mente práctica. Es por ello que, cuando hace falta cruzar el puente y dar el salto, él sabe muy bien cómo mover la fuerza del impulso y desencadenar la magia del alma.

¿Qué es el corazón?, ¿un órgano fisiológico que bombea?, ¿acaso el centro del sentimiento opuesto a la cabeza? El corazón es algo más. Tal vez es el núcleo de todo y el móvil esencial de la existencia. A veces se ocupa de la motivación, otras, de poner en marcha grandes y pequeñas empresas, pero lo que sin duda siempre ha hecho, fue calentar el pecho y diferenciarnos de las máquinas.

Si nuestro corazón está algo cerrado por el dolor sufrido en experiencias pasadas, respiremos profundo y decidamos abrir nuestra “coraza”. Tal vez intuyamos que ahora, en el tiempo actual, nuestra mente tiene más recursos y dispone de más herramientas para mantener la atención y darnos cuenta. Si simplemente queremos abrir nuestro corazón y de nuevo encender la llama, confiemos. Semejante propósito es algo que, por su grandeza y trascendencia, merece convocar toda la energía disponible en las altas esferas.

En realidad, el corazón es lo Profundo y en su propia hondura se encuentran las perlas más valiosas. Sus reinos se reconocen mediante la intuición y sus secretos se arrebatan tan sólo con los silencios prolongados y los retiros del alma. Decidamos abrir el corazón de la mente y no sentirá que pierde la razón, sino que, en todo caso, su espacio se amplía y serena.

¿Acaso no resulta sorprendente que el término “cordura” provenga de cor-coris-corazón? En realidad, el hecho de actuar con corazón es dar muestras de cordura. De esa cordura existencial que nos permite recordar quiénes somos y lo que verdaderamente merece la pena.

El corazón no es el motor de las emociones, ni tampoco tiene que ver con los sentimientos que abruman al alma.

El corazón no es la pasión, ni tampoco el instinto refinado que demanda supervivencia. El corazón es el Misterio.

El corazón está más allá de las palabras. Es un estado de consciencia que tan sólo abre sus puertas al elegido de la Gracia. El corazón no pesa, ni tampoco acumula ofensas. Es un espacio sin equipaje al que entrar desnudo, vacío, sin nada.

El corazón abre sus puertas cuando ya no hay armaduras ni espadas, cuando el niño eterno se revela consciente y sin el peso de la memoria.

El corazón se expresa cuando el iniciado avanza hacia ese fuego frío y azul que lo convoca. ¿Buscamos el Grial? En respuesta a tal pregunta alguien dijo: “Si es así, ten coraje, vacía y suelta”.

Desde mi corazón te abrazo