domingo, septiembre 02, 2007

Perdon y Resentimiento.

Perdonar es la elección consciente de abandonar el resentimiento. Es la decisión de integrar el dolor del pasado como aprendizaje para el futuro. Es el compromiso de vivir 100% en el presente, con la mente y el corazón abiertos, libre de la inercia del enfado no procesado.

El re-sentimiento, es volver a sentir el dolor original… una y otra vez. ¿Para qué? Bueno, parece que el resentimiento es muy útil. Nos sirve para lograr muchos beneficios de corto plazo:
El resentimiento nos sirve para afirmar que nosotros estamos en lo correcto, mientras que el otro está equivocado. Esta convicción nos permite sentirnos permanentemente agraviados por el otro y con una deuda a nuestro favor… siempre pendiente.

-El resentimiento busca (y muchas veces logra) la simpatía de los amigos, porque solo mis amigos son capaces de ver todo el daño que el otro me ha hecho, toda la maldad que se esconde en su ser… y por contraste toda la bondad que rebosa mi alma.
-El resentimiento nos da poder y control, permitiéndonos reforzar nuestra estima en una especie de causa de justicia, que en el fondo esconde nuestra decepción, inseguridad, dolor y temor.
-El resentimiento nos permite evadir la situación y hacer sentir culpable al otro.
-El resentimiento nos hace inocentes frente al problema, sin que nos demos cuenta del costo de impotencia y dolor que pagamos al darle todo el poder al otro.
-El resentimiento me protege de un pasado que no quiero ver y que irremediablemente me ancla, me paraliza y me condena.
-El resentimiento al final es una trampa disfrazada de justicia.

¿Y entonces? Podría olvidarme del tema y hacerme el leso (a)!! No es tan fácil. Pasa que cuando tenemos el juicio de que la otra persona “es” así y que “no hay caso”, que ni siquiera vale la pena pensar en el asunto, estamos simplemente oponiéndonos a las posibilidades de la vida y transformándolo en una resignación igualmente enfermiza. Una resignación que se puede repetir como modelo de vida y que nos lleva a una impotencia aún mayor.

Parece entonces, que el único camino digno y efectivo frente al resentimiento es el perdón. Pero no el perdón que absuelve al culpable, tampoco el perdón que finge que todo está bien, menos aún aquél perdón que alimenta mi aureola de superioridad y santidad, ni tampoco el perdón que abandona el reclamo. Estamos hablando de un perdón auténtico, maduro y que a quien más beneficia es a mi mismo. Se trata de perdonar para trascender las circunstancias y crecer en la libertad de una vida sin el peso de los asuntos pendientes.

Hablamos de un perdón que es una decisión que trasciende los miedos y las mezquindades, que se funda en la compasión como expresión del amor incondicional a la vida. Un perdón que es el proceso (nada fácil por cierto) de hacernos protagonistas y no víctimas, asumiendo la responsabilidad de nuestras emociones, sustituyendo la re-acción por la pro-acción. Un perdón que descansa en la aceptación incondicional del otro en su legitimidad, aun cuando no nos gusten sus comportamientos y aun cuando tomemos medidas para impedir que sus acciones nos hagan daño.

Este tipo de perdón es activo y creativo. “El perdón nace de la humildad y la compasión. Esas virtudes permiten que uno mantenga la paz aún en un estado de no saber, no compartir o no entender las acciones del otro. Dentro de esa paz profunda que trasciende y enmarca la reactividad superficial, es posible considerar las acciones hirientes de la otra persona al admitir que no sabemos sus razones, sus intereses, necesidades, temores y preocupaciones, ni tampoco las historias que condicionan su comportamiento. Pero sí sé que (al igual que yo) está haciendo lo mejor que puede según su propio “observador” y sus competencias para cuidarse. Puedo no estar de acuerdo con sus acciones pero puedo perdonar al actor, liberándonos a ambos del ciclo creciente de conflicto y resentimiento.”

El perdón, es la forma como abandonamos las ataduras con el pasado y proyectamos nuestros sueños al futuro.