El monstruo del miedo representa todas las represiones y limitaciones a las que nos atamos por temor. Cada “no puedo” agrega una nueva escama en el cuerpo del Monstruo del Miedo, agranda sus garras, aumenta su fuego abrasador. Todos los sueños a los que renunciamos por creerlos imposibles, todos los condicionamientos injustos y las frustraciones lo alimentan y hacen crecer su espantoso cuerpo.
Él es el heraldo de los pactos, de las negociaciones, de las conveniencias. Infundiéndonos terror, cuida que respetemos nuestras propias barreras, nuestros propios límites auto-impuestos. Es la autoridad establecida, el molde rígido e invariable, el guardián de las “buenas costumbres”, el que sostiene todos los “deberías”, los “corresponde”, los “no hay otra alternativa”. Encarna al falso poder externo, no al verdadero que todos llevamos dentro. Nos reprime y ahoga diciendo: “no eres lo suficientemente bueno” y trata de convencernos de su fuerza absoluta. Al mismo tiempo, por ser ese horrible engendro, nos empuja a los cambios una vez que lo vemos. Enfrentarlo es una tarea difícil, pero no imposible y muy recomendada en estos tiempos. Luchar contra el monstruo nos devuelve nuestra Alma y nuestra vida cambia por completo.
Todo monstruo también custodia en su cueva un gran tesoro. Tiene sus aliados, que colaboran consciente o inconscientemente. Lo importante es que siempre utiliza el miedo como camino. El sólo ansía crecer y crecer, progresar. Su voracidad no tiene límites, es insaciable, no se detiene ante nada.
Cuando cunde la desesperanza, el miedo y la certeza de que estamos sujetos al Monstruo, corremos a refugiarnos detrás de nuestros muros; y, sin embargo, bajo nuestros mismos pies, en los subsuelos, alimentamos con las mejores ofrendas al mismísimo Monstruo al que tanto tememos.
La repetición y el murmullo constante:”estamos perdidos, estamos perdidos”, da más y más fuerza al Monstruo por el misterioso poder que tienen las palabras. Jamás hay que lamentarse ni quejarse ante una situación que aprisiona: la horrorosa bestia engorda y cría más y más escamas.
El elemento que puede aniquilar al Monstruo es el cambio de conciencia, separar lo burdo de lo sutil, las partes sanas de las que están contaminadas por el miedo. Lo que impide el crecimiento debe ser quemado en el fuego de la luz. El enfrentarse con el Monstruo, recuperando el poder sobre uno mismo, es el paso primero en cualquier camino de crecimiento. Es necesario mirarlo cara a cara, desenmascarar su mensaje, denunciar su silencioso trabajo que socava nuestros propios cimientos. Doblegarlo, obligarlo a que arroje a nuestros pies los tesoros que nos pertenecen.
Cuando cambiamos nuestro nivel de conciencia, por un tiempo nos sentimos solos, ya que los que aún siguen en el antiguo nivel, no pueden comprendernos. Lo que una vez era tan protector y bondadoso y nos daba el infalible respaldo de la autoridad, puede ser bueno para una etapa de la vida; pero en algún momento es necesario partir para seguir aprendiendo, dejando el viejo, amado y conocido entorno cotidiano.
Cuando el Monstruo aparece materializando los miedos acumulados durante largo tiempo, la naturaleza entera se ve alterada con su presencia. Separa al ser humano de las fuerzas primarias de la Tierra, lo acorrala tras una muralla de pensamientos aislándolo de la naturaleza.
El Monstruo es desarmonía, desasosiego, soledad. ¡Quiere para sí lo que pertenece al Cielo! Quiere nuestra Alma para apropiarse de ella. Además de desconectarnos de la Tierra, nos desconecta del Cielo y de la Tierra. Al convencernos de que estamos solos sin remedio, nos va haciendo olvidar quienes somos en realidad y cuál es nuestra verdadera relación con el Padre Cielo y la Madre Tierra.
Todo aquel que se considera ser autónomo, independiente de las leyes espirituales, desconectado del orden perfecto del universo, sigue el juego del Monstruo y sucumbe a su falso poder. En esto consiste lo que los cristianos llamamos salvación: reconectar todo el universo con Dios. Volver a unir a la creación con su creador.
Lo que llamamos Mal es desconexión con Dios. Acapara e interfiere las energías del Universo para su exclusivo provecho. Lo que llamamos bien está dentro de la inocencia primaria de todas las criaturas del universo. Saben que son sostenidas por Dios. Colaboran con el plan de evolución.
Sólo el humano es consciente y puede elegir. A veces, en determinadas situaciones de la vida, está tan manipulado y agotado que necesita una conexión rápida e inmediata para recuperarse. Esto se consigue mediante las oraciones que son las armas mágicas del ser humano.
La lucha con el Monstruo tiene carácter iniciático: el monstruo es el guardián del conocimiento. Sin embargo, es necesario recordar lo que dijo el Maestro: “Sed astutos como serpientes”. Se trata de reconocer a quién entregamos nuestra Alma. Y luego, a la manera de los magos, hacer brillar la luz y liberarla.
Él es el heraldo de los pactos, de las negociaciones, de las conveniencias. Infundiéndonos terror, cuida que respetemos nuestras propias barreras, nuestros propios límites auto-impuestos. Es la autoridad establecida, el molde rígido e invariable, el guardián de las “buenas costumbres”, el que sostiene todos los “deberías”, los “corresponde”, los “no hay otra alternativa”. Encarna al falso poder externo, no al verdadero que todos llevamos dentro. Nos reprime y ahoga diciendo: “no eres lo suficientemente bueno” y trata de convencernos de su fuerza absoluta. Al mismo tiempo, por ser ese horrible engendro, nos empuja a los cambios una vez que lo vemos. Enfrentarlo es una tarea difícil, pero no imposible y muy recomendada en estos tiempos. Luchar contra el monstruo nos devuelve nuestra Alma y nuestra vida cambia por completo.
Todo monstruo también custodia en su cueva un gran tesoro. Tiene sus aliados, que colaboran consciente o inconscientemente. Lo importante es que siempre utiliza el miedo como camino. El sólo ansía crecer y crecer, progresar. Su voracidad no tiene límites, es insaciable, no se detiene ante nada.
Cuando cunde la desesperanza, el miedo y la certeza de que estamos sujetos al Monstruo, corremos a refugiarnos detrás de nuestros muros; y, sin embargo, bajo nuestros mismos pies, en los subsuelos, alimentamos con las mejores ofrendas al mismísimo Monstruo al que tanto tememos.
La repetición y el murmullo constante:”estamos perdidos, estamos perdidos”, da más y más fuerza al Monstruo por el misterioso poder que tienen las palabras. Jamás hay que lamentarse ni quejarse ante una situación que aprisiona: la horrorosa bestia engorda y cría más y más escamas.
El elemento que puede aniquilar al Monstruo es el cambio de conciencia, separar lo burdo de lo sutil, las partes sanas de las que están contaminadas por el miedo. Lo que impide el crecimiento debe ser quemado en el fuego de la luz. El enfrentarse con el Monstruo, recuperando el poder sobre uno mismo, es el paso primero en cualquier camino de crecimiento. Es necesario mirarlo cara a cara, desenmascarar su mensaje, denunciar su silencioso trabajo que socava nuestros propios cimientos. Doblegarlo, obligarlo a que arroje a nuestros pies los tesoros que nos pertenecen.
Cuando cambiamos nuestro nivel de conciencia, por un tiempo nos sentimos solos, ya que los que aún siguen en el antiguo nivel, no pueden comprendernos. Lo que una vez era tan protector y bondadoso y nos daba el infalible respaldo de la autoridad, puede ser bueno para una etapa de la vida; pero en algún momento es necesario partir para seguir aprendiendo, dejando el viejo, amado y conocido entorno cotidiano.
Cuando el Monstruo aparece materializando los miedos acumulados durante largo tiempo, la naturaleza entera se ve alterada con su presencia. Separa al ser humano de las fuerzas primarias de la Tierra, lo acorrala tras una muralla de pensamientos aislándolo de la naturaleza.
El Monstruo es desarmonía, desasosiego, soledad. ¡Quiere para sí lo que pertenece al Cielo! Quiere nuestra Alma para apropiarse de ella. Además de desconectarnos de la Tierra, nos desconecta del Cielo y de la Tierra. Al convencernos de que estamos solos sin remedio, nos va haciendo olvidar quienes somos en realidad y cuál es nuestra verdadera relación con el Padre Cielo y la Madre Tierra.
Todo aquel que se considera ser autónomo, independiente de las leyes espirituales, desconectado del orden perfecto del universo, sigue el juego del Monstruo y sucumbe a su falso poder. En esto consiste lo que los cristianos llamamos salvación: reconectar todo el universo con Dios. Volver a unir a la creación con su creador.
Lo que llamamos Mal es desconexión con Dios. Acapara e interfiere las energías del Universo para su exclusivo provecho. Lo que llamamos bien está dentro de la inocencia primaria de todas las criaturas del universo. Saben que son sostenidas por Dios. Colaboran con el plan de evolución.
Sólo el humano es consciente y puede elegir. A veces, en determinadas situaciones de la vida, está tan manipulado y agotado que necesita una conexión rápida e inmediata para recuperarse. Esto se consigue mediante las oraciones que son las armas mágicas del ser humano.
La lucha con el Monstruo tiene carácter iniciático: el monstruo es el guardián del conocimiento. Sin embargo, es necesario recordar lo que dijo el Maestro: “Sed astutos como serpientes”. Se trata de reconocer a quién entregamos nuestra Alma. Y luego, a la manera de los magos, hacer brillar la luz y liberarla.