El mayor
coraje que una persona puede expresar, ocurre cuando, tras sufrir una gran
derrota, mantiene en alza su nivel de autoestima. Cuando el ser humano no
permite que el error o el fracaso quiebren su ánimo y fortaleza, está haciendo
gala de un íntimo coraje que le posibilitará reflexiones competentes e
inspirados ajustes para oportunidades venideras. Tal vez, para ganar y
conservar la sensatez y la templanza haya que aprender previamente a perder.
La verdadera
victoria no está en el resultado cuantificable a corto plazo sino en el
aprendizaje obtenido. En realidad, el gran propósito que resume todos los
pequeños objetivos de la vida se centra en evolucionar y crecer como seres con
alma. La derrota no existe, ya que todos los acontecimientos con aroma de
frustración que uno experimente, suponen enseñanzas. La finalidad del laberinto
iniciático que recorre el ser humano en la vida, consiste en desarrollar el
conocimiento del sí mismo y expandir hasta el infinito la consciencia.
No hay
derrotas, hay tan sólo experiencias que señalan el camino que se nos invita a
recorrer con sus luces y sus sombras. El gran objetivo es devenir lo
suficientemente lúcidos como para aprender de los errores mientras recorremos
la existencia. No hay culpas ni castigos, sino una totalizadora u holística interacción
del Universo entre las redes que tejen el destino de cada persona. Cuando
alguien siente frustración porque no le es concedido un trabajo al que opta,
puede tener la tentación de “tirar la toalla” y olvidar que nada es casual. El
que cree en sí mismo sabe que hay un lugar en el mundo para él, sabe que la
vida le depara un proceso que, más largo o más corto, vivenciará con todas las
sinuosidades emocionales que conlleva.
“La perseverancia trae ventura” dijo el
I-Ching hace 4.000 años. Un Principio que ya fue captado por los antiguos
filósofos chinos al primar la perseverancia como una capacidad de la
inteligencia. Cuando uno persevera, observa los errores pasados y registra
eficazmente las propias acciones que rechaza. El control de la ansiedad
anticipadora comienza por el aprender a amar la acción por la acción, independientemente
del resultado. Cada paso, cada movimiento, cada gesto, por pequeño y funcional
que éste sea, supone un fin en sí mismo y merece toda nuestra atención y
consciencia. La victoria final es uno mismo.
La Victoria
de las victorias supone integrar la experiencia vivida en un núcleo consciente
de apertura. Somos mucho más que una noria de ilusiones y decepciones. Somos
Luz en plena amnesia de opacidad que, a lo largo de la vida, misteriosamente,
deviene consciente de sí misma. El camino es largo y a la vez corto, ya que en
última instancia no hay nada que buscar porque uno ya es lo que busca.
¿Por qué no nos lo creemos? El Gran Olvido forma parte del juego del vivir que,
en cierto modo, es el juego de recordar. Cuando la cortina de niebla comienza
a retirarse, uno comprende que el mundo es perfecto tal cual es, incluidos
nuestros deseos de cambiarlo. Y en realidad, cuando uno mira la campaña de la
vida ya vivida, sabe que pase lo que pase, en el fondo de sí mismo, sabe nunca
ha pasado nada. Tal vez una mañana no muy lejana, al abrir nuestros ojos,
sintamos que hemos despertado de algo más que del sueño habitual de cada noche.
Tal vez
sintamos que, de pronto, hemos despertado del gran sueño del yo separado.
Uno entonces comprende que está inmerso en la gran aventura de la conciencia
cuyo despertar es la verdadera victoria.
Muchas pequeñas derrotas conducen a la gran victoria. Chuang Tzu