La negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos negando su existencia o su relación. Se rechazan aquellos aspectos de la realidad que se consideran desagradables. Nos enfrentamos a conflictos emocionales y amenazas de origen interno, como una necesidad, un sentimiento, un deseo o un rasgo de personalidad, que resultan amenazantes y difíciles de reconocer o externo, por ejemplo algo que está sucediendo en nuestra vida.
Lo primero que necesitamos hacer, si queremos cambiar algo, es salir de la negación, ya que es imposible manejar lo que no aceptamos ni reconocemos. ¿Cómo buscamos soluciones a un problema si nos aferramos a la idea de que dicho problema no existe?
Salir de la negación y reconocer que hay algo que no funciona que necesita ser cambiado, e incluso reconocer que a veces no podemos solos y que necesitamos ayuda, es el primer gran paso, sin el cual no son posibles la curación y el cambio. Después de este paso, por cierto quizá el más difícil, todo lo demás viene casi por añadidura.
¿Por qué es tan difícil reconocer nuestros sentimientos mal llamados «negativos» (los sentimientos no son negativos o positivos, simplemente son), como la envidia, el resentimiento, la ira o el miedo?
¿Por qué es tan difícil aceptar que tenemos un problema, que no sabemos cómo resolverlo y que tal vez estemos equivocándonos? Porque casi todos nosotros crecimos dentro de sistemas familiares, escolares y sociales en los que aprendimos que cometer un error es vergonzoso, así como tener un problema y no saber cómo hacerle frente o necesitar ayuda; todo esto lo vemos como signo de ignorancia, debilidad y por lo tanto preferimos ocultarlo para no sentirnos tontos, débiles o ignorantes. Estos sentimientos «negativos», que todos tenemos, son tan mal vistos socialmente, que aprendemos a reprimirlos, negarlos o distorsionarlos para ser aceptados por quienes nos rodean.
Entonces, poco a poco nos convertimos en expertos en negación y vamos por la vida, a veces durante años, mintiéndonos a nosotros mismos, porque la negación es eso, una gran mentira que apuntalamos y sostenemos a costa de lo que sea para no enfrentamos a una realidad que nos resulta sumamente amenazante.
Otras importantes razones para mantener la negación son el miedo o la comodidad, ya que si reconocemos que hay un problema debemos hacer algo al respecto. Aunque parezca increíble, muchas personas continúan en negación aún después de ver evidencias clarísimas del problema. Por ejemplo, ven a su hijo consumir drogas o a su pareja tener una relación extramarital, o bien que su hija es víctima del abuso sexual de un familiar: reconocer esto implica tomar decisiones muy drásticas; un divorcio tal vez, una ruptura en las relaciones familiares, una confrontación o, en pocas palabras, entrar en un proceso difícil para el que no siempre se está preparado.
Casos drásticos de negación, como el de una madre que, teniendo frente a ella a su hijo visiblemente drogado y alcoholizado, repetía sin cesar: «No está pasando nada, todo está bien». 0 aquel adolescente que presentaba comportamientos verdaderamente alarmantes, como robar artículos en las tiendas; al serle expuesto el caso, su padre argumentaba: «Son cosas propias de la adolescencia». Y la madre de una niña de 5 años que era víctima de abuso sexual por parte de su padrastro; aun cuando la niña había informado sobre esto repetidas veces a su madre, ella le respondía: «No puede ser, seguramente estás equivocada».
Así es la negación; no es que estas personas estuvieran intencionalmente evadiendo la realidad, sino que en verdad no son capaces de verla. Porque reconocerla implicaría tocar cargas enormes de miedo, de culpa, de impotencia y tener que tomar decisiones drásticas y difíciles al respecto.
En ocasiones lo que negamos no son realidades que están sucediendo, sino sentimientos o necesidades a los que por cualquier razón no podemos hacer frente. Decimos entonces cosas como: «Claro que no me molesta», «No me duele», «No me importa», etcétera.
Otra razón por la que nos aferramos tan fuertemente a la negación es que creernos que no ver un problema o un sentimiento significa que éste se va, desaparece. Hay personas que aconsejan a alguien que está pasando por alguna situación difícil: «No pienses más en eso», o «No hables de eso». Pero las cosas no funcionan así: volver la cara, no querer reconocer un sentimiento, un problema, una realidad, no significa que desaparezca, al contrario crecerá y echará raíces y se ramificará, hasta que sea tan grande que resulte imposible no verlo. Entonces, sólo hasta entonces, la solución o el cambio se harán inminentes, aunque tal vez serán más complicados y difíciles. Existen problemas que empezaron como pequeñas y débiles ramitas y de tanto negarlos, de tanto no querer verlos, terminaron convirtiéndose en gigantescos árboles.
Para seguir sosteniéndonos en la negación, hacemos cosas como justificar, evadir o descalificar la fuente que nos está informando sobre esa realidad que no queremos ver; esa fuente puede ser una persona cercana, un libro, un conferenciante, un terapeuta, un médico, a quienes descalificamos diciendo: «No sirve», «No es bueno», «Está loco», «Es un mentiroso», etcétera.
Cuando nos veamos reflejados en alguna de las situaciones expuestas, no te recrimines, ni avergüences, pues no eres un monstruo por ello, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, intentamos ser un buen padre, o madre, amigo, pareja, hijo de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.
“Las emociones no son ni buenas ni malas. El problema surge de nuestra ceguera ante nuestro emocionar, y al no verlas, en el quedar atrapado en ellas. Les decimos a nuestros niños: “controlen a sus emociones”, lo que equivale a decirles: “niéguenlas” y los atrapamos en la ceguera sobre nosotros mismos. Si dijéramos: “mira tu emocionar y actúa conciente de él les abriríamos un espacio reflexivo y los invitaríamos a una libertad responsable…”. Humberto Maturana.
Lo primero que necesitamos hacer, si queremos cambiar algo, es salir de la negación, ya que es imposible manejar lo que no aceptamos ni reconocemos. ¿Cómo buscamos soluciones a un problema si nos aferramos a la idea de que dicho problema no existe?
Salir de la negación y reconocer que hay algo que no funciona que necesita ser cambiado, e incluso reconocer que a veces no podemos solos y que necesitamos ayuda, es el primer gran paso, sin el cual no son posibles la curación y el cambio. Después de este paso, por cierto quizá el más difícil, todo lo demás viene casi por añadidura.
¿Por qué es tan difícil reconocer nuestros sentimientos mal llamados «negativos» (los sentimientos no son negativos o positivos, simplemente son), como la envidia, el resentimiento, la ira o el miedo?
¿Por qué es tan difícil aceptar que tenemos un problema, que no sabemos cómo resolverlo y que tal vez estemos equivocándonos? Porque casi todos nosotros crecimos dentro de sistemas familiares, escolares y sociales en los que aprendimos que cometer un error es vergonzoso, así como tener un problema y no saber cómo hacerle frente o necesitar ayuda; todo esto lo vemos como signo de ignorancia, debilidad y por lo tanto preferimos ocultarlo para no sentirnos tontos, débiles o ignorantes. Estos sentimientos «negativos», que todos tenemos, son tan mal vistos socialmente, que aprendemos a reprimirlos, negarlos o distorsionarlos para ser aceptados por quienes nos rodean.
Entonces, poco a poco nos convertimos en expertos en negación y vamos por la vida, a veces durante años, mintiéndonos a nosotros mismos, porque la negación es eso, una gran mentira que apuntalamos y sostenemos a costa de lo que sea para no enfrentamos a una realidad que nos resulta sumamente amenazante.
Otras importantes razones para mantener la negación son el miedo o la comodidad, ya que si reconocemos que hay un problema debemos hacer algo al respecto. Aunque parezca increíble, muchas personas continúan en negación aún después de ver evidencias clarísimas del problema. Por ejemplo, ven a su hijo consumir drogas o a su pareja tener una relación extramarital, o bien que su hija es víctima del abuso sexual de un familiar: reconocer esto implica tomar decisiones muy drásticas; un divorcio tal vez, una ruptura en las relaciones familiares, una confrontación o, en pocas palabras, entrar en un proceso difícil para el que no siempre se está preparado.
Casos drásticos de negación, como el de una madre que, teniendo frente a ella a su hijo visiblemente drogado y alcoholizado, repetía sin cesar: «No está pasando nada, todo está bien». 0 aquel adolescente que presentaba comportamientos verdaderamente alarmantes, como robar artículos en las tiendas; al serle expuesto el caso, su padre argumentaba: «Son cosas propias de la adolescencia». Y la madre de una niña de 5 años que era víctima de abuso sexual por parte de su padrastro; aun cuando la niña había informado sobre esto repetidas veces a su madre, ella le respondía: «No puede ser, seguramente estás equivocada».
Así es la negación; no es que estas personas estuvieran intencionalmente evadiendo la realidad, sino que en verdad no son capaces de verla. Porque reconocerla implicaría tocar cargas enormes de miedo, de culpa, de impotencia y tener que tomar decisiones drásticas y difíciles al respecto.
En ocasiones lo que negamos no son realidades que están sucediendo, sino sentimientos o necesidades a los que por cualquier razón no podemos hacer frente. Decimos entonces cosas como: «Claro que no me molesta», «No me duele», «No me importa», etcétera.
Otra razón por la que nos aferramos tan fuertemente a la negación es que creernos que no ver un problema o un sentimiento significa que éste se va, desaparece. Hay personas que aconsejan a alguien que está pasando por alguna situación difícil: «No pienses más en eso», o «No hables de eso». Pero las cosas no funcionan así: volver la cara, no querer reconocer un sentimiento, un problema, una realidad, no significa que desaparezca, al contrario crecerá y echará raíces y se ramificará, hasta que sea tan grande que resulte imposible no verlo. Entonces, sólo hasta entonces, la solución o el cambio se harán inminentes, aunque tal vez serán más complicados y difíciles. Existen problemas que empezaron como pequeñas y débiles ramitas y de tanto negarlos, de tanto no querer verlos, terminaron convirtiéndose en gigantescos árboles.
Para seguir sosteniéndonos en la negación, hacemos cosas como justificar, evadir o descalificar la fuente que nos está informando sobre esa realidad que no queremos ver; esa fuente puede ser una persona cercana, un libro, un conferenciante, un terapeuta, un médico, a quienes descalificamos diciendo: «No sirve», «No es bueno», «Está loco», «Es un mentiroso», etcétera.
Cuando nos veamos reflejados en alguna de las situaciones expuestas, no te recrimines, ni avergüences, pues no eres un monstruo por ello, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, intentamos ser un buen padre, o madre, amigo, pareja, hijo de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.
“Las emociones no son ni buenas ni malas. El problema surge de nuestra ceguera ante nuestro emocionar, y al no verlas, en el quedar atrapado en ellas. Les decimos a nuestros niños: “controlen a sus emociones”, lo que equivale a decirles: “niéguenlas” y los atrapamos en la ceguera sobre nosotros mismos. Si dijéramos: “mira tu emocionar y actúa conciente de él les abriríamos un espacio reflexivo y los invitaríamos a una libertad responsable…”. Humberto Maturana.