La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que pertenece a uno mismo, de tal forma que aquello que percibimos en los demás es en realidad una proyección de algo que nos pertenece; puede ser un sentimiento, una carencia, ideas, preocupaciones, deseos, miedos, inseguridades y recursos, una necesidad o un rasgo de nuestra personalidad. Es importante mencionar que la proyección no aparece únicamente en un sentido negativo, no sólo proyectamos en los otros nuestros conflictos de personalidad, sino también nuestras áreas de luz, de manera que todo eso que te gusta de otra persona es también una proyección de los aspectos bellos y sanos de nosotros mismos.
Todos los aspectos de nuestra personalidad nos son devueltos como reflejos. La realidad que vemos habitualmente sólo es un fiel reflejo de nuestros pensamientos, emociones y creencias.
Cada vez que decimos las palabras «tú eres» o «él es» o «ella es», estamos proyectando algo de nosotros sobre otra persona. Puede ser «eres raro», en cuyo caso inconscientemente vemos parte de nuestra propia rareza en esa persona. Cuando decimos «es una estúpida», estamos proyectando nuestra propia estupidez sobre ella. O podría ser «eres fantástico», porque vemos algo de nuestra propia maravilla en el. Si les decimos a otros que son sabios pero no aceptamos nuestra propia sabiduría, estamos proyectando nuestra sabiduría al exterior.
Cuando asumimos que otra persona siente como nosotros, estamos realizando una proyección. «Debes de sentirte fatal por eso» o «debes estar encantado» son proyecciones. Estamos colocando nuestros sentimientos sobre la otra persona. «A nadie le gusta el arroz con leche» es una proyección.
Hay una «parte oculta» en casi todas nuestras relaciones, conformada por una gran variedad de facetas, proyectadas de manera inconsciente en relación a los otros, proyecciones que se desconocen y se niegan, porque descubrirlas a veces asusta y casi siempre avergüenza, sentimos esto en muchos momentos de nuestras relaciones, sobre todo después de esas explosiones donde surgen los sentimientos reprimidos y negados, donde nos agredimos mutuamente y dejamos la marca de esas ofensas que el tiempo casi nunca borra, y que se van acumulando una sobre otra dañándonos profundamente, tanto a nosotros como a los otros.
Los invito a conocer esa «parte oculta» de nuestras relaciones, saber por qué ese otro, específicamente, nos saca tan fácilmente de nuestro centro, por qué nos desagrada tanto, por qué nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñado en cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que haga o -deje de hacer.
Darnos cuenta de qué nos pasa nos abre la posibilidad de un cambio profundo en nuestra relación con el otro, darnos cuenta transforma, casi en segundos, estos sentimientos de rechazo, rencor y culpa, que pueden resultar devastadores. Muchas veces he sido testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos con el solo hecho de descubrir y reconocer esa «parte oculta». Mientras no la reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los problemas de forma real, profunda y permanente, ya que aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento, de relación o de comunicación, la sombra de esa «parte oculta» seguirá contaminando y eclipsando cualquier intento de solución. (Sombra: término propuesto por Carl Jung para referirse a los aspectos indeseables de la personalidad que están fuera de nuestra conciencia.)
Mientras vivamos en un cuerpo físico en el planeta Tierra estaremos proyectando. Este mecanismo de defensa puede ser un eficaz medio de autoconocimiento, pues los demás nos permiten ver nuestros rasgos funcionales y disfuncionales, algo que sería muy difícil identificar de otro modo. Por eso se dice que las personas que nos caen mal son una maravillosa fuente de información para detectar lo que no hemos solucionado dentro de nosotros mismos.
Las personas que critican constantemente, que en todo y en todos encuentran un motivo de queja, que perciben siempre el punto negro en el mantel blanco, tienen una “Sombra” grande que constantemente la proyectan a su alrededor. Proyectamos nuestras inseguridades y nuestra sexualidad sobre los demás. La persona que está paranoica por la moralidad de los demás está proyectando su propia inmoralidad escondida.
Cuando te veas reflejado en alguna de las situaciones, no te recrimines, ni avergüences, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.
Cuando un padre le dice a su hijo: «Eres un chico difícil», se está proyectando a sí mismo en él. Esto puede resultar muy perjudicial para el niño, que no comprende la realidad: el comentario no tiene nada que ver con él, sino con el padre. Una madre que quiere a su bebé y le repite lo hermoso y encantador que es, está proyectando positivamente su corazón generoso. Con ello los dos salen beneficiados.
Cuando dejamos de proyectar y en lugar de ello asumimos la responsabilidad de nuestros propios sentimientos, podremos decir: «Me siento incómodo cuando me haces estas preguntas», «Esto es asunto mío» «A mí me resultaría difícil aprender computación», o «Me siento muy amenazado por lo que está ocurriendo en el mundo».
La educación que recibimos y prácticamente toda la información que nos llega cada día parecen negar el mecanismo de la proyección, proponiéndonos que la realidad “externa” no está conectada con nuestro interior, sino que es un escenario rígido, sobre el que tenemos muy poco control y al que nos tenemos que tratar de ajustar.
Nuestra situación se parece un poco a la de la Humanidad descrita en la película The Matrix: personas atrapadas por una ilusión tan perfecta que no nos resulta posible “despertar” y ver el mundo tal como es. Tal vez el mayor desafío en esta vida sea el de descubrir la manera de desprendernos de este modelo que hemos heredado, y de empezar a crearnos, conscientemente, intencionalmente, un mundo mejor. Por suerte hay a nuestra disposición todo tipo de ayuda…
Cuando estamos cien por cien desapegados y seamos capaces de observar desde una perspectiva totalmente objetiva, podemos ver claramente a la persona o la situación. El ver nuestra magnificencia aumentada y reflejada en el otro nos ofrece una estupenda oportunidad para el crecimiento espiritual.
Un maestro hindú decía: “el 80% de lo que proyectamos es nuestro, el 20% restante, también…
Todos los aspectos de nuestra personalidad nos son devueltos como reflejos. La realidad que vemos habitualmente sólo es un fiel reflejo de nuestros pensamientos, emociones y creencias.
Cada vez que decimos las palabras «tú eres» o «él es» o «ella es», estamos proyectando algo de nosotros sobre otra persona. Puede ser «eres raro», en cuyo caso inconscientemente vemos parte de nuestra propia rareza en esa persona. Cuando decimos «es una estúpida», estamos proyectando nuestra propia estupidez sobre ella. O podría ser «eres fantástico», porque vemos algo de nuestra propia maravilla en el. Si les decimos a otros que son sabios pero no aceptamos nuestra propia sabiduría, estamos proyectando nuestra sabiduría al exterior.
Cuando asumimos que otra persona siente como nosotros, estamos realizando una proyección. «Debes de sentirte fatal por eso» o «debes estar encantado» son proyecciones. Estamos colocando nuestros sentimientos sobre la otra persona. «A nadie le gusta el arroz con leche» es una proyección.
Hay una «parte oculta» en casi todas nuestras relaciones, conformada por una gran variedad de facetas, proyectadas de manera inconsciente en relación a los otros, proyecciones que se desconocen y se niegan, porque descubrirlas a veces asusta y casi siempre avergüenza, sentimos esto en muchos momentos de nuestras relaciones, sobre todo después de esas explosiones donde surgen los sentimientos reprimidos y negados, donde nos agredimos mutuamente y dejamos la marca de esas ofensas que el tiempo casi nunca borra, y que se van acumulando una sobre otra dañándonos profundamente, tanto a nosotros como a los otros.
Los invito a conocer esa «parte oculta» de nuestras relaciones, saber por qué ese otro, específicamente, nos saca tan fácilmente de nuestro centro, por qué nos desagrada tanto, por qué nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñado en cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que haga o -deje de hacer.
Darnos cuenta de qué nos pasa nos abre la posibilidad de un cambio profundo en nuestra relación con el otro, darnos cuenta transforma, casi en segundos, estos sentimientos de rechazo, rencor y culpa, que pueden resultar devastadores. Muchas veces he sido testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos con el solo hecho de descubrir y reconocer esa «parte oculta». Mientras no la reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los problemas de forma real, profunda y permanente, ya que aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento, de relación o de comunicación, la sombra de esa «parte oculta» seguirá contaminando y eclipsando cualquier intento de solución. (Sombra: término propuesto por Carl Jung para referirse a los aspectos indeseables de la personalidad que están fuera de nuestra conciencia.)
Mientras vivamos en un cuerpo físico en el planeta Tierra estaremos proyectando. Este mecanismo de defensa puede ser un eficaz medio de autoconocimiento, pues los demás nos permiten ver nuestros rasgos funcionales y disfuncionales, algo que sería muy difícil identificar de otro modo. Por eso se dice que las personas que nos caen mal son una maravillosa fuente de información para detectar lo que no hemos solucionado dentro de nosotros mismos.
Las personas que critican constantemente, que en todo y en todos encuentran un motivo de queja, que perciben siempre el punto negro en el mantel blanco, tienen una “Sombra” grande que constantemente la proyectan a su alrededor. Proyectamos nuestras inseguridades y nuestra sexualidad sobre los demás. La persona que está paranoica por la moralidad de los demás está proyectando su propia inmoralidad escondida.
Cuando te veas reflejado en alguna de las situaciones, no te recrimines, ni avergüences, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.
Cuando un padre le dice a su hijo: «Eres un chico difícil», se está proyectando a sí mismo en él. Esto puede resultar muy perjudicial para el niño, que no comprende la realidad: el comentario no tiene nada que ver con él, sino con el padre. Una madre que quiere a su bebé y le repite lo hermoso y encantador que es, está proyectando positivamente su corazón generoso. Con ello los dos salen beneficiados.
Cuando dejamos de proyectar y en lugar de ello asumimos la responsabilidad de nuestros propios sentimientos, podremos decir: «Me siento incómodo cuando me haces estas preguntas», «Esto es asunto mío» «A mí me resultaría difícil aprender computación», o «Me siento muy amenazado por lo que está ocurriendo en el mundo».
La educación que recibimos y prácticamente toda la información que nos llega cada día parecen negar el mecanismo de la proyección, proponiéndonos que la realidad “externa” no está conectada con nuestro interior, sino que es un escenario rígido, sobre el que tenemos muy poco control y al que nos tenemos que tratar de ajustar.
Nuestra situación se parece un poco a la de la Humanidad descrita en la película The Matrix: personas atrapadas por una ilusión tan perfecta que no nos resulta posible “despertar” y ver el mundo tal como es. Tal vez el mayor desafío en esta vida sea el de descubrir la manera de desprendernos de este modelo que hemos heredado, y de empezar a crearnos, conscientemente, intencionalmente, un mundo mejor. Por suerte hay a nuestra disposición todo tipo de ayuda…
Cuando estamos cien por cien desapegados y seamos capaces de observar desde una perspectiva totalmente objetiva, podemos ver claramente a la persona o la situación. El ver nuestra magnificencia aumentada y reflejada en el otro nos ofrece una estupenda oportunidad para el crecimiento espiritual.
Un maestro hindú decía: “el 80% de lo que proyectamos es nuestro, el 20% restante, también…