Es difícil escribir sobre el amor porque parece que ya está todo escrito. Miles de poetas y literatos a lo largo de la historia dedicaron lo mejor de su talento a tratar de plasmar lo sublime de este sentimiento tan universal y a la vez tan difícil de definir, tan rebelde a dejarse atrapar por las palabras. Pareciera que es un tema gastado, usado, hasta trivial. Un lugar común, hablar del amor.
Es común el amor, es cierto, por suerte para el género humano. Sin embargo, esta palabrita tan singular que a veces se usa trivialmente encierra un misterio que sobrepasa el entendimiento. Se puede seguir escribiendo sobre el amor por eso mismo, porque su fuente es inagotable. La universalidad del amor, su esencia perenne se mantiene intacta a través de la multiplicidad de sus formas.
Hay tantas maneras de amar...como personas. Desde el comienzo de la creación, el Amor, Dios, graba a fuego en el corazón de cada ser humano este signo imborrable que nos hace hijos suyos. No podemos escapar de él porque nacimos de él. Se reproduce en cada una de sus manifestaciones. Amor romántico, el amor de corazones dibujados, aquel que desvela a artistas y soñadores; amor fraterno, que une a los seres que se saben iguales y compañeros; amor de amigos, el lazo singular y duradero de la amistad. El de los padres hacia los hijos, la fuerza de saberse responsable de alguien que es la propia sangre; y el de los hijos a los padres, la eterna gratitud por haberles dado la vida. Todas estas son las formas más tangibles del amor.
Pero el amor nos rodea también porque crece aún junto al odio. En esta tierra castigada, no sólo hay lugar para el amor, sino que es el amor mismo el que trabaja por la tierra. Cuando la vida presenta su lado más duro, obra el amor silencioso, que no estalla en alegría pero actúa en la penumbra. Porque es el amor sufrimiento, el amor sacrificado, el amor que muere para seguir viviendo y germinando. La cruz de Cristo, el Amor perfecto.
Creemos que no hay amor porque hay dolor, y es precisamente porque hay dolor que el amor se fortalece. Ahí donde se acaba el sentimiento tangible, nace el misterio del amor profundo. Cuando el ser humano se olvida de sí mismo, obra el milagro. Es difícil hablar del amor porque muchas veces se piensa que es una concepción de los seres humano para tapar su condena al sufrimiento, la propia palabra parece sugerir demasiado sentimentalismo para un mundo que debe ser tomado en serio.
Hablar de amor es hablar de utopías, dicen. Pareciera que la realidad es más realidad cuando golpea más fuerte, cuando más profundo es el drama. Drama que no se puede ocultar, historia que es historia de dolores, pero porqué negar aquello que es lo fundante de nuestra naturaleza humana. Nada de sentimentalismo tiene el sacrificio diario de una madre que sufre por la ingratitud de los suyos, ni el de un enfermo que ofrece su dolor por aquellos a quienes ni siquiera conoce. O el trabajador alegre que hace una labor infinitamente mayor que su salario, y el joven que renuncia a la modas por un ideal que no es el que ofrece el mundo. El amor no retribuido y que no busca el elogio es el que desconcierta al mundo.
Afortunadamente, no siempre somos concientes de nuestros propios actos de amor: correríamos el riesgo de volvernos vanidosos. Pero sale en esas situaciones en las que no sabemos porqué obramos como obramos, cuando nuestra parte demasiado humana nos dice que no fuimos lo suficientemente astutos o «nos dejamos avasallar» por los demás. Es difícil no caer en esa sensación de que estamos siendo tontos para el mundo del individualismo.
No podemos escapar del amor, no importa cuantas heridas haya dejado el hombre y siga dejando. La historia de la humanidad es historia de amor, porque viene de Dios, y Dios es Amor. Es difícil hablar del amor pero es necesario, porque siempre hay algo nuevo para decir.
Es común el amor, es cierto, por suerte para el género humano. Sin embargo, esta palabrita tan singular que a veces se usa trivialmente encierra un misterio que sobrepasa el entendimiento. Se puede seguir escribiendo sobre el amor por eso mismo, porque su fuente es inagotable. La universalidad del amor, su esencia perenne se mantiene intacta a través de la multiplicidad de sus formas.
Hay tantas maneras de amar...como personas. Desde el comienzo de la creación, el Amor, Dios, graba a fuego en el corazón de cada ser humano este signo imborrable que nos hace hijos suyos. No podemos escapar de él porque nacimos de él. Se reproduce en cada una de sus manifestaciones. Amor romántico, el amor de corazones dibujados, aquel que desvela a artistas y soñadores; amor fraterno, que une a los seres que se saben iguales y compañeros; amor de amigos, el lazo singular y duradero de la amistad. El de los padres hacia los hijos, la fuerza de saberse responsable de alguien que es la propia sangre; y el de los hijos a los padres, la eterna gratitud por haberles dado la vida. Todas estas son las formas más tangibles del amor.
Pero el amor nos rodea también porque crece aún junto al odio. En esta tierra castigada, no sólo hay lugar para el amor, sino que es el amor mismo el que trabaja por la tierra. Cuando la vida presenta su lado más duro, obra el amor silencioso, que no estalla en alegría pero actúa en la penumbra. Porque es el amor sufrimiento, el amor sacrificado, el amor que muere para seguir viviendo y germinando. La cruz de Cristo, el Amor perfecto.
Creemos que no hay amor porque hay dolor, y es precisamente porque hay dolor que el amor se fortalece. Ahí donde se acaba el sentimiento tangible, nace el misterio del amor profundo. Cuando el ser humano se olvida de sí mismo, obra el milagro. Es difícil hablar del amor porque muchas veces se piensa que es una concepción de los seres humano para tapar su condena al sufrimiento, la propia palabra parece sugerir demasiado sentimentalismo para un mundo que debe ser tomado en serio.
Hablar de amor es hablar de utopías, dicen. Pareciera que la realidad es más realidad cuando golpea más fuerte, cuando más profundo es el drama. Drama que no se puede ocultar, historia que es historia de dolores, pero porqué negar aquello que es lo fundante de nuestra naturaleza humana. Nada de sentimentalismo tiene el sacrificio diario de una madre que sufre por la ingratitud de los suyos, ni el de un enfermo que ofrece su dolor por aquellos a quienes ni siquiera conoce. O el trabajador alegre que hace una labor infinitamente mayor que su salario, y el joven que renuncia a la modas por un ideal que no es el que ofrece el mundo. El amor no retribuido y que no busca el elogio es el que desconcierta al mundo.
Afortunadamente, no siempre somos concientes de nuestros propios actos de amor: correríamos el riesgo de volvernos vanidosos. Pero sale en esas situaciones en las que no sabemos porqué obramos como obramos, cuando nuestra parte demasiado humana nos dice que no fuimos lo suficientemente astutos o «nos dejamos avasallar» por los demás. Es difícil no caer en esa sensación de que estamos siendo tontos para el mundo del individualismo.
No podemos escapar del amor, no importa cuantas heridas haya dejado el hombre y siga dejando. La historia de la humanidad es historia de amor, porque viene de Dios, y Dios es Amor. Es difícil hablar del amor pero es necesario, porque siempre hay algo nuevo para decir.