Mi forma de moverme y mi forma de hablar están íntimamente relacionadas. Y ambas reflejan la forma en la que vivo y me vivo. No hay mejor sistema para conocernos a nosotros mismos que observar nuestros propios gestos, nuestra manera de andar, el tono con el que hablamos, la forma en la que miramos, cómo nos sentamos, nuestro ritmo de respiración...
Hacia dónde dirijo la mirada, cómo me toco a mi misma, cómo toco a los demás, dónde sitúo mi centro de gravedad... Cómo hablo, qué volumen y tono de voz uso, qué palabras utilizo, qué expresiones salen de mi boca, qué frases hechas se me escapan...
Observarme y ser consciente de estas pequeñas cosas me puede dar una cantidad de información y si cambio esas variables, cambiarán automáticamente otras cosas en mí. Pero lo que refleja mejor que nada nuestra forma de vivir son nuestros silencios, cómo manejamos el silencio o cómo respetamos el silencio de los demás.
El silencio es un purificador que me permite poner puntos y aparte, que me da la oportunidad de escuchar lo que otros me dicen, que crea un margen lo suficientemente amplio como para poder reflexionar. Mirar a la luna o a las estrellas en silencio, mirar el sol poniéndose por el horizonte en silencio, ver las olas del mar estrellándose contra la arena en silencio, recoger la sonrisa de un ser querido en silencio...
Las conveniencias sociales penan el silencio. Está mal visto estar en silencio delante de otras personas. En el ascensor nos ponemos nerviosos porque se espera que digamos algo ("parece que va a llover"). Si estamos en silencio, enseguida alguien nos dirá "¿en qué piensas?". Le decimos al niño que se calle y al mismo tiempo le impedimos estar en silencio.
El silencio es la llave que abre nuestra puerta interior, que nos permite mirar dentro de nosotros mismos. Estar en silencio no es estar callado, no es no hablar.
Estar en silencio es acallar nuestra verborrea interior, crear un espacio a la conciencia propia, dejar de hacer juicios de valor, es escuchar nuestros sentimientos.
Estar en silencio es estar callado por dentro, dejar que la fuerza de cada instante penetre hasta lo más profundo de nosotros mismos.
Estar en silencio es vivir la realidad, establecer contacto con lo que entra por mis sentidos.
Estar en silencio es hacer que las palabras adquieran su verdadera función de comunicación.
El silencio nos hace crecer y madurar.
Porque podemos estar en silencio aunque estemos hablando.