Cuando nos autogeneramos la
suficiente motivación para hacer bien las pequeñas cosas de cada día, estamos
conspirando por la paz y por el éxito. Sin duda, se trata de una capacidad que
no tiene precio. Para hacer posible una competencia mental de esta naturaleza,
conviene poner atención y consciencia en los movimientos y matices de todo lo
que uno hace desde que se levanta por la mañana.
¿Acaso no merece la pena ser
plenamente conscientes de todo pensamiento, palabra y acción que brote de
nuestra persona? Cuando uno es consciente de su propia vida en términos de momento
presente, algo muy grande está pasando. La consciencia sostenida y la mejora
que de ella se deriva conforman una energía de crecimiento que, como bola de
nieve, abre posibilidades a empresas cada vez más grandes en cantidad y
calidad, que el interés colectivo demanda.
¿Qué es lo que determina que
una acción sea calificada como pequeña cosa, frente a otra que llamamos
grande?, ¿la cantidad de dinero que mueve?, ¿la que afecta a mayor número de
personas?, ¿la que nos demanda mayor esfuerzo o bien es la que pone en juego la
calidad total de recursos creativos que actualizan nuestras potencialidades
internas?
Para el Universo todo tiene su
importancia. Las modernas ciencias afirman que hasta el aleteo de una mariposa
puede influir sobre el clima de una ciudad entera. En este sentido, puede
suceder que una sonrisa evite accidentes en cadena y el retraso de un encuentro
cambie el destino de un planeta. Todas las cosas tienen su importancia, desde
lavar los platos con movimientos precisos y conscientes, hasta estampar una
firma clave por la que cesamos en el trabajo y vendemos la casa. Lo que vale no
es qué es lo que se hace, sino el cómo se hace. La conciencia atenta pone el
mismo amor en consolar a un niño que al presidente de una gran empresa. Todo
está encadenado en una red de interrelaciones y cada nueva acción tiene el
aroma de la propia trayectoria.
Conviene cuidar nuestras
palabras, aunque éstas se dirijan a gentes sin aparente importancia. Caminemos
conscientes de cada paso y tratemos de colocar la espalda bien recta. Mientras
tanto, observemos el juego de nuestra propia mente, como si todo ese ruido con
nosotros no fuera. Todo movimiento es importante y todo lo que logra devenir
consciente, en realidad, merece la pena.
Una vez que se tiene la mente
entrenada para hacer bien las cosas, por pequeñas o grandes que parezcan,
vendrán a buscarnos responsabilidades más grandes, tal vez porque ya no nos
afectan los riesgos y las amenazas que, para el viejo modelo, éstas conllevan.
Nuestra alma entonces estará preparada para servir a la vida y con ésta, a
todos los hombres y mujeres de la tierra. Ya no se teme al fracaso y el ego ha
cesado en sus exigencias. El camino ya permite ser recorrido con conciencia
ecuánime y con las emociones bien serenas. El entrenamiento ha podido parecer
largo, pero los frutos de la conciencia atenta llegan. El ser se recrea tanto
al freír un huevo como al detener toda una guerra.
Bien sabemos que hasta la
caída del pétalo de una rosa afecta a galaxias enteras.
Si hacemos bien las pequeñas
cosas, grandes cosas nos buscarán e impulsarán a que las realicemos.
Atención total en cada paso,
en cada cosa.