Básicamente, hay dos formas de conducta en la vida humana: la conducta que proviene del ego y la conducta de proviene de la esencia. Aunque adquirir la consciencia interna, el enfoque y la integración que nos permiten actuar desde la esencia puede ser un cometido que dura toda la vida.
Cuando estamos impacientes o irritados con alguien o con algo, significa que el ego se siente agitado por la posibilidad de que sus deseos no se cumplan. El ego no resulta difícil de identificar una vez que empieza a promocionar agresivamente su propia causa y a apartar a empujones a los demás para salirse con la suya, sin tener en cuenta las consecuencias. Cerrado a toda influencia que no sea su propio deseo, el ego da alimento a una actitud interna que menosprecia a los demás y, consciente o inconscientemente, traspasa sus límites personales. Tendemos a creer que tenemos una dispensa especial para ir a lo nuestro, sin tener en cuenta si «lo tuyo» está en armonía con el resto de la vida o no. Cualquiera que parezca estar yendo contra los propósitos o los planes del ego es descartado arrogantemente como irrelevante, inepto o imposible.
En situaciones que implican la terminación de un proyecto, o trabajar juntos en equipo, la conducta guiada por el ego nunca asume la responsabilidad por las fallas imprevistas, pero no tarda en atribuirse el mérito de cualquier éxito. En situaciones de infelicidad personal, es el ego el que quiere eludir toda responsabilidad echándole la culpa a alguna otra persona, superstición o fuerza externa como el destino.
Una vez que hemos olvidado la consciencia y la integridad de la esencia, y nos perdemos en las exigencias del ego, tendemos a comenzar a actuar como robots, usando viejos patrones de conducta condicionada que están tan arraigados que empezamos a pensar que es eso lo que constituye nuestro «yo». Para el ego, actuar conforme a los hábitos es muy fácil, porque puede hacer un gran despliegue de su programa favorito de fantasías y proyecciones sin la interferencia de la azarosa realidad que se abre cuando se permite que la sensibilidad, la espontaneidad y la confianza marquen la pauta.
La esencia, por otra parte, está tan segura de sí misma y tan cómoda en su propia piel que no necesita prevalecer contraponiendo sus objetivos a los de los demás. Se siente feliz de ir por el camino medio y está interesada en el desafío de permanecer consciente de cada paso del camino. En otras palabras, cuando actuamos guiados por la esencia, actuamos con consciencia y con sensibilidad a todas las variables en juego, incluidos los sentimientos de los que nos rodean, las exigencias del momento y la mejor manera en que nuestras acciones podrían promover una mayor sensación de armonía y entendimiento. Esto es especialmente cierto cuando sientes que se está gestando algún problema «por ahí» o dentro de ti. Si actúas guiado por la esencia, comprendes que seguir el ritmo de tu propio tambor no está en contradicción con tocar en armonía dentro de la banda.
Caminamos por esta línea tan fina entre los impulsos egoístas y la consciencia esencial a lo largo de toda nuestra vida. Llegar a conocer bien estos atributos individuales de la naturaleza humana hace que el camino sea mucho menos traicionero y mucho más gratificante.
Las personas que conocen su propia valía no necesitan denigrar la valía de los demás, ni engrosarán las filas de los que intentan utilizar a los demás para promover sus propias metas. Cuando estemos rodeados de ególatras, la mejor manera de la que podemos comportarnos es con dignidad y sencillez. Será muy agradable si algunas otras personas vuelven a sus cabales y siguen nuestro ejemplo, pero eso no es realmente lo que nos concierne. Permanecer fuera de la refriega es una recompensa en sí mismo.
Un modo por el cual el ego puede sabotear la esencia consiste en tratar de convencerte de que lo que haces es tan «esencial» que cualquier medio justifica los fines. Esto casi nunca es el caso; en las leyes de la existencia, los medios y los fines están indivisiblemente interconectados. De modo que, no importa lo digno que sea el fin, si se utilizan medios indignos para alcanzarlo, las consecuencias de tu conducta serán muy diferentes de lo que imaginabas.
No importa lo titubeante que te sientas ahora, es correcto actuar... lentamente, con suavidad y con precaución. Sobre todo, no te salgas de tus límites, sé franco sobre lo que puedes y no puedes hacer, y respeta los límites de los demás. Aminorar la marcha hace que sea más fácil percibir el camino. Según la atmósfera que te rodea vaya volviéndose más clara, te resultará posible considerar enfoques alternativos que no habrías podido ver si no te hubieras tomado el tiempo necesario para ello. A veces, puede ser difícil ver la diferencia entre el calmado compromiso de la esencia y la astuta determinación del ego... pero sólo desde fuera. Por dentro, sabes perfectamente bien qué tipo de conducta está en marcha. Pero tienes que tomarte tiempo para entrar en ti y observar la situación desde allí. Dependiendo de lo que veas ahí dentro, puede que quieras reconsiderar cómo estás actuando y cambiar de marcha.
De la misma manera que al árbol se le conoce por su fruto, así la conducta se puede evaluar por cómo afecta a su entorno interior y exterior. Si te sientes estresado, es probable que el ego se esté inmiscuyendo en lo que estás intentando hacer. Si todo parece irte bien, y toda la situación parece beneficiarse de tus acciones, es probable que estés en armonía con tu esencia.