La compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. La acción compasiva resulta paradójica y misteriosa: es absoluta y, sin embargo, continuamente cambiante; es capaz de aceptar que todo ocurre exactamente como debe y, a la vez, trabaja con total entrega a favor del cambio; tiene objetivos, pero sabe que no existe más que el proceso; se muestra alegre en medio del sufrimiento y esperanzada ante obstáculos insuperables; es simple en un mundo de complejidad y confusión; se hace para otros, pero en realidad nutre a quien la realiza; protege para fortalecerse; pretende eliminar el sufrimiento, aún sabiendo que éste es ilimitado; es acción que surge del vacío.
Cuando vemos la inmensa tristeza y sufrimiento del mundo, nos suele suceder que sentimos un gran dolor en el corazón. Tantas veces el sufrimiento parece cruel, innecesario e injustificado, como si fuera el reflejo de un universo desalmado, y creemos que la avaricia humana y el temor que lo causan en gran parte están descontrolados... Pero cuando nuestros corazones se abren en medio de todo esto, surge el deseo de ayudar. Esta es la experiencia de la compasión.
La compasión es la apertura sensible de nuestro corazón al dolor y al sufrimiento. Así, cuando surge en nosotros, vemos y reconocemos aspectos de la vida que nos provocan tristeza, ira o indignación, precisamente aquellos que a menudo pretendemos ignorar. El poderoso despertar de nuestra propia compasión nos pone en contacto, de hecho, no sólo con las fuerzas nutridoras y sustentadoras del mundo, sino también con las opresoras y destructivas: al abrirnos directamente a éstas y familiarizarnos con ellas, en lugar de evitarlas como solemos hacer, será más probable que encontremos maneras diferentes de responder con amor y apoyo, y más eficaces, para aliviar el sufrimiento. Cuando el dolor lo padecemos nosotros mismos, intentamos por todos los medios acabar con él y, si no podemos conseguirlo solos, deseamos que alguien acuda en nuestra ayuda. Por eso, la compasión nos permite sentir la súplica de otra persona como propia, percibir el mismo anhelo de ser socorrido y escuchar a nuestro corazón pedirnos que ayudemos.
El Dalai Lama ha dicho: «El amor y la compasión no son un lujo, sino una necesidad. Sin ellos, la humanidad no puede sobrevivir, pero empleándolos podemos hacer un esfuerzo conjunto para resolver los problemas de toda la humanidad.»
Actuar con compasión no consiste en hacer el bien porque creamos que debamos hacerlo, sino sentirse empujado a la acción por un profundo y sincero sentimiento. Supone que nos entreguemos a lo que hagamos y que estemos totalmente presentes en esos momentos, por muy difícil, triste o aburrido que nos resulte y sin importarnos cuánto nos exija. Se trata de actuar desde nuestra más profunda comprensión de lo que es la vida, atentos a descubrir la mejor manera de actuar en cada situación y sin comprometer la verdad. Es trabajar con los demás de forma desinteresada y con un espíritu de respeto mutuo.
La compasión es la base de toda relación verdadera: significa estar presente con amor —amor por nosotros mismos y por todos los seres vivos, ya sean animales domésticos, pájaros, peces, árboles...; es llevar nuestra verdad más profunda a nuestras acciones, aun cuando el mundo parezca oponerse a ello, pues eso es fundamentalmente lo que tenemos para dar al mundo y a los demás.
El sufrimiento existe, el dolor existe, la crueldad y la injusticia existen. No podemos negarlo ni tampoco eliminarlo completamente por mucho que lo intentemos, pero lo que sí podemos hacer es llevar la verdad y la bondad a cualquier situación en la que nos encontremos: podemos usar el sufrimiento como una oportunidad para expresar amor. Cuando otros sufren, no siempre podemos hacerles felices aunque realmente lo queramos, pero podemos crear las condiciones para que puedan surgir otras opciones saludables y así colaborar en que creen una vida más satisfactoria. No podemos «arreglar» la vida de los demás, pero podemos ayudarnos unos a otros a ser más intuitivos y expertos ante nuestros «malos momentos», para poder tener más control sobre nuestras vidas y conseguir una mayor libertad al dejar de ser dependientes. En realidad, lo que podemos darnos mutuamente es apoyo, ya sea desde la forma de cuidados amables o hasta la de la atención eventual a las necesidades humanas más básicas.
La vida en la Tierra, variada y maravillosa, incluye a la humanidad, como comunidad de personas interconectadas, todas ellas portadoras de un alma y con la capacidad de responder eficazmente a sus propios problemas, si cuentan con los recursos adecuados. Por razones complejas, muchos de nosotros no tenemos ahora tales recursos y necesitamos del apoyo y la ayuda de otros para que bascule la balanza, pero todos podemos participar en este movimiento.
La compasión empieza por uno mismo. Cuando nos queremos y tratamos bien a nosotros mismos, alimentamos nuestro crecimiento espiritual y cultivamos la compasión por los demás; algo que Gandhi, que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento ajeno, comprendió muy bien y expresó con las siguientes palabras: «Creo en la unidad esencial de todas las personas y, más aún, de todas las vidas. Por tanto, creo que si una persona crece espiritualmente, el mundo entero gana también en este sentido, y si una persona retrocede, el mundo entero lo hace en la misma medida.» Lo único que tenemos para dar es lo que somos: cuando nos aceptamos y perdonamos a nosotros mismos, nos sentimos más relajados y felices, y somos más capaces de ser amorosos con los demás.
La acción compasiva es un camino en el que desarrollamos nuestra conciencia y nuestra intuición, y al hacerlo nos convertimos en instrumentos cada vez mejores del cambio, a modo de huecas flautas de caña por donde suena la música sanadora de la vida.
Todos solemos ser benévolos y compasivos con las personas que conocemos y con la tierra sobre la que vivimos; enseñamos a nuestros hijos, escuchamos a nuestros amigos y cuidamos de nuestros jardines. Sin embargo, hoy debemos aprender a dar los «primeros pasos» hacia otra clase de acción compasiva, de una cualidad que nos puede costar descubrir y que llega más allá del alcance de nuestros brazos, llega el momento de actuar con amor, atención, verdad y pasión respecto a aquellos que nos llaman desde más allá de nuestro círculo cotidiano.
Nuestras solícitas respuestas individuales no tienen por qué excluir la necesidad de un compromiso por parte de los poderes públicos, pues aunque cada uno de nosotros enseñara a leer a alguien, nuestras escuelas seguirían necesitando programas para prevenir y ocuparse del analfabetismo. Sin embargo, necesitamos responder a ese grito de socorro cuando lo escuchamos para poder seguir viviendo en paz con nosotros mismos y con los demás. Y esa respuesta puede acercarnos a otros y eliminar parte del dolor del mundo.
La compasión es un sentimiento noble que eleva a quien la tiene, y esta compuesta por dos elementos básicos, la inteligencia de lo que sucede, y la acogida de quien se encuentra en la situación negativa. Hacía la persona que está en situación dolorosa la compasión se abre a la comprensión de su situación. Se da una visión reflexiva de lo acontecido. Existen pérdidas que resultan ganancia y, a veces también ganancias que son pérdidas. La persona compasiva puede distinguir estas situaciones y reaccionar frente a ellas de una forma constructiva. Quien ha sufrido una desgracia se siente sólo y en algún momento necesita ser acompañado. Este es el momento de ser acogido, lo que es de gran importancia para quien está afligido. Quien está triste se siente sumergido en la oscuridad, la luz ha huido de su corazón. La persona compasiva permanece llena de luz, de paz, de amor, y en ella el triste encuentra un puerto acogedor.
Cuando podemos ponerle buenas dosis de compasión a todo lo que vemos, oímos, hacemos y pensamos, las cosas cobran otra dimensión. Ya no es lo que creo que una persona me esta haciendo, aquel compañero de trabajo me dice, o tal vez nuestros familiares, no. Sino que a través de la compasión puedo ver como las personas, tratan de hacer o decir lo que pueden, desde sus perspectivas. Y si puedo tener y mantener una actitud llena de compasión, podré esparcir un poco de esa buena energía que da tener un corazón lleno de amor hacia mi mismo y hacia los demás.
Cuando vemos la inmensa tristeza y sufrimiento del mundo, nos suele suceder que sentimos un gran dolor en el corazón. Tantas veces el sufrimiento parece cruel, innecesario e injustificado, como si fuera el reflejo de un universo desalmado, y creemos que la avaricia humana y el temor que lo causan en gran parte están descontrolados... Pero cuando nuestros corazones se abren en medio de todo esto, surge el deseo de ayudar. Esta es la experiencia de la compasión.
La compasión es la apertura sensible de nuestro corazón al dolor y al sufrimiento. Así, cuando surge en nosotros, vemos y reconocemos aspectos de la vida que nos provocan tristeza, ira o indignación, precisamente aquellos que a menudo pretendemos ignorar. El poderoso despertar de nuestra propia compasión nos pone en contacto, de hecho, no sólo con las fuerzas nutridoras y sustentadoras del mundo, sino también con las opresoras y destructivas: al abrirnos directamente a éstas y familiarizarnos con ellas, en lugar de evitarlas como solemos hacer, será más probable que encontremos maneras diferentes de responder con amor y apoyo, y más eficaces, para aliviar el sufrimiento. Cuando el dolor lo padecemos nosotros mismos, intentamos por todos los medios acabar con él y, si no podemos conseguirlo solos, deseamos que alguien acuda en nuestra ayuda. Por eso, la compasión nos permite sentir la súplica de otra persona como propia, percibir el mismo anhelo de ser socorrido y escuchar a nuestro corazón pedirnos que ayudemos.
El Dalai Lama ha dicho: «El amor y la compasión no son un lujo, sino una necesidad. Sin ellos, la humanidad no puede sobrevivir, pero empleándolos podemos hacer un esfuerzo conjunto para resolver los problemas de toda la humanidad.»
Actuar con compasión no consiste en hacer el bien porque creamos que debamos hacerlo, sino sentirse empujado a la acción por un profundo y sincero sentimiento. Supone que nos entreguemos a lo que hagamos y que estemos totalmente presentes en esos momentos, por muy difícil, triste o aburrido que nos resulte y sin importarnos cuánto nos exija. Se trata de actuar desde nuestra más profunda comprensión de lo que es la vida, atentos a descubrir la mejor manera de actuar en cada situación y sin comprometer la verdad. Es trabajar con los demás de forma desinteresada y con un espíritu de respeto mutuo.
La compasión es la base de toda relación verdadera: significa estar presente con amor —amor por nosotros mismos y por todos los seres vivos, ya sean animales domésticos, pájaros, peces, árboles...; es llevar nuestra verdad más profunda a nuestras acciones, aun cuando el mundo parezca oponerse a ello, pues eso es fundamentalmente lo que tenemos para dar al mundo y a los demás.
El sufrimiento existe, el dolor existe, la crueldad y la injusticia existen. No podemos negarlo ni tampoco eliminarlo completamente por mucho que lo intentemos, pero lo que sí podemos hacer es llevar la verdad y la bondad a cualquier situación en la que nos encontremos: podemos usar el sufrimiento como una oportunidad para expresar amor. Cuando otros sufren, no siempre podemos hacerles felices aunque realmente lo queramos, pero podemos crear las condiciones para que puedan surgir otras opciones saludables y así colaborar en que creen una vida más satisfactoria. No podemos «arreglar» la vida de los demás, pero podemos ayudarnos unos a otros a ser más intuitivos y expertos ante nuestros «malos momentos», para poder tener más control sobre nuestras vidas y conseguir una mayor libertad al dejar de ser dependientes. En realidad, lo que podemos darnos mutuamente es apoyo, ya sea desde la forma de cuidados amables o hasta la de la atención eventual a las necesidades humanas más básicas.
La vida en la Tierra, variada y maravillosa, incluye a la humanidad, como comunidad de personas interconectadas, todas ellas portadoras de un alma y con la capacidad de responder eficazmente a sus propios problemas, si cuentan con los recursos adecuados. Por razones complejas, muchos de nosotros no tenemos ahora tales recursos y necesitamos del apoyo y la ayuda de otros para que bascule la balanza, pero todos podemos participar en este movimiento.
La compasión empieza por uno mismo. Cuando nos queremos y tratamos bien a nosotros mismos, alimentamos nuestro crecimiento espiritual y cultivamos la compasión por los demás; algo que Gandhi, que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento ajeno, comprendió muy bien y expresó con las siguientes palabras: «Creo en la unidad esencial de todas las personas y, más aún, de todas las vidas. Por tanto, creo que si una persona crece espiritualmente, el mundo entero gana también en este sentido, y si una persona retrocede, el mundo entero lo hace en la misma medida.» Lo único que tenemos para dar es lo que somos: cuando nos aceptamos y perdonamos a nosotros mismos, nos sentimos más relajados y felices, y somos más capaces de ser amorosos con los demás.
La acción compasiva es un camino en el que desarrollamos nuestra conciencia y nuestra intuición, y al hacerlo nos convertimos en instrumentos cada vez mejores del cambio, a modo de huecas flautas de caña por donde suena la música sanadora de la vida.
Todos solemos ser benévolos y compasivos con las personas que conocemos y con la tierra sobre la que vivimos; enseñamos a nuestros hijos, escuchamos a nuestros amigos y cuidamos de nuestros jardines. Sin embargo, hoy debemos aprender a dar los «primeros pasos» hacia otra clase de acción compasiva, de una cualidad que nos puede costar descubrir y que llega más allá del alcance de nuestros brazos, llega el momento de actuar con amor, atención, verdad y pasión respecto a aquellos que nos llaman desde más allá de nuestro círculo cotidiano.
Nuestras solícitas respuestas individuales no tienen por qué excluir la necesidad de un compromiso por parte de los poderes públicos, pues aunque cada uno de nosotros enseñara a leer a alguien, nuestras escuelas seguirían necesitando programas para prevenir y ocuparse del analfabetismo. Sin embargo, necesitamos responder a ese grito de socorro cuando lo escuchamos para poder seguir viviendo en paz con nosotros mismos y con los demás. Y esa respuesta puede acercarnos a otros y eliminar parte del dolor del mundo.
La compasión es un sentimiento noble que eleva a quien la tiene, y esta compuesta por dos elementos básicos, la inteligencia de lo que sucede, y la acogida de quien se encuentra en la situación negativa. Hacía la persona que está en situación dolorosa la compasión se abre a la comprensión de su situación. Se da una visión reflexiva de lo acontecido. Existen pérdidas que resultan ganancia y, a veces también ganancias que son pérdidas. La persona compasiva puede distinguir estas situaciones y reaccionar frente a ellas de una forma constructiva. Quien ha sufrido una desgracia se siente sólo y en algún momento necesita ser acompañado. Este es el momento de ser acogido, lo que es de gran importancia para quien está afligido. Quien está triste se siente sumergido en la oscuridad, la luz ha huido de su corazón. La persona compasiva permanece llena de luz, de paz, de amor, y en ella el triste encuentra un puerto acogedor.
Cuando podemos ponerle buenas dosis de compasión a todo lo que vemos, oímos, hacemos y pensamos, las cosas cobran otra dimensión. Ya no es lo que creo que una persona me esta haciendo, aquel compañero de trabajo me dice, o tal vez nuestros familiares, no. Sino que a través de la compasión puedo ver como las personas, tratan de hacer o decir lo que pueden, desde sus perspectivas. Y si puedo tener y mantener una actitud llena de compasión, podré esparcir un poco de esa buena energía que da tener un corazón lleno de amor hacia mi mismo y hacia los demás.