Cuando afirmamos ¡así soy yo! nos reconocemos como una expresión de vida con características estables y firmes. Pero, si miramos un poco más de cerca, observaremos que aquello que definimos como nuestra identidad se asemeja más a una grabación prefabricada, que ni siquiera es nuestra. Decimos ¡así soy yo! y nos referimos a las creencias que nos inculcaron nuestros padres, al implante cerebral que nos hicieron las estructuras sociales y religiosas vigentes, a las huellas indelebles dejadas por la educación que recibimos y a las impresiones que nos han marcado desde que estábamos en el vientre de nuestra madre.
Nuestra personalidad se construyó mediante la imitación y la repetición de interpretaciones y hábitos de otros seres, que vivieron a nuestro alrededor y plasmaron su colección de miedos, juicios y expectativas en el disco duro de nuestra dócil memoria. ¿Cómo podemos decir que no es posible cambiar lo que en resumidas cuentas es postizo?
Cada mañana miramos nuestra propia imagen en el espejo y la figura que vemos nos parece permanente?. ¡No lo es! Internamente, a niveles moleculares, existe renovación constante, hay unas células que mueren y otras que nacen. Todo en nuestro ser es cambio en acción: nuestro corazón bombea sangre nueva, los pulmones reciben cada momento un nuevo aliento. Vida es equivalente a continuo movimiento, mientras que quietud e inacción son características de muerte. ¿Cómo podemos entonces pretender que no haya cambios?
Cuando no fluimos con el cambio, corremos el riesgo de congelarnos dentro de un sistema de creencias y atrincherarnos en la cruzada de hacer prevalecer lo conocido. El universo tiene otros planes, en el momento en que nos encuentre estancado, se encargará de provocar una crisis para romper viejas estructuras y forzarnos a avanzar más allá de nosotros mismos.
Crisis significa reajuste, encontrar nuevas formas de percibir, y revaluar los hábitos. Si estamos atrapados en condiciones internas o externas que no queremos ver, o en conflictos que no estamos interesados en resolver, entonces el único camino abierto para que despertemos es mediante una crisis. Cuando el evento más inesperado haga impacto en nuestra vida, el golpe nos obligará a cuestionar actitudes y a trazar objetivos diferentes. Nos dará el impulso adecuado para descontinuar las viejas formas de operar y crear otras nuevas más armónicas.
Las crisis, igual que las enfermedades, pueden ser evitadas, si estamos enfocados en prevenirlas. Cuando la primera manifestación de negatividad sale a superficie, sea por el deterioro de una relación cercana, una enfermedad, o por dificultades económicas, o profesionales, entonces ¡ojo!, ya hemos recibido la primera señal de que tomamos la ruta equivocada. Busca en tu interior que es lo que asumes como cierto y que no lo es, porque toda experiencia dolorosa es el producto de un pensamiento distorsionado. Revisa actitudes, y establece nuevas prioridades. Es entonces cuando debemos preguntarnos: ¿qué es aquello que debo corregir en mí? Ten en cuenta que todos los bloqueos interiores generan bloqueos exteriores, que se manifiestan como: oposición, obstáculos, choques y conflictos.
Cuando sientas un deseo genuino de cambiar, toma en cuenta que este surge desde lo más profundo de nuestro ser. Si tienes la humildad de reconocer lo que verdaderamente eres, sin caretas, ni excusas, y sobre todo sin culpar a los demás por nuestros reveces, formaremos el primer eslabón de nuestra cadena ascendente. La tarea que comienza, es la de la transformación de nosotros. Seguramente fallaremos en nuestros primeros intentos, porque, igual que un niño, necesitamos repetir la misma lección innumerables veces antes de poder asimilarla. Pero una experiencia vale más que mil palabras, aprendamos por "error, corrección y acierto". El cambio positivo se dará cuando lleguemos a desearlo con todo nuestro ser, y aceptemos las vivencias de cada día como nuestro entrenamiento.
Existe la posibilidad de reprogramar el subconsciente, que es nuestro disco duro, con una visión nueva de nosotros. Por ejemplo: si inconscientemente nos domina "el miedo a perder", nos tornaremos autoritarios, impacientes, agresivos y no estaremos satisfechos sino imponiendo nuestros puntos de vista a todo el mundo. Para suprimir esas características indeseables, necesitamos trabajar en adquirir tolerancia. Con una frase de negación podemos borrar lo viejo, repitámosla muchas veces hasta que se fije internamente: "Nada, ni nadie tiene la capacidad de molestarme, cuando las cosas no resultan como yo deseo". Luego construimos nuestra nueva actitud repitiendo la afirmación opuesta: "Yo estoy dispuesto a aceptar los derechos de los demás. Yo soy amorosamente tolerante".
Las frases pueden cambiarse, según sean nuestras necesidades. La magia depende de la constancia en el trabajo, porque repitiendo aprendemos, y repitiendo debemos desaprender lo que debe ser descartado.