El camino de la vida
parece ser una travesía hacia la realización de nuestra particular misión. Paso
a paso, ciclo a ciclo, el viajero recorre paisajes emocionales en los que, a
veces, queda muy poca motivación y entusiasmo para seguir la marcha.
El peregrino que
llevamos dentro sabe muy bien que cada jornada, por muy vulgar que a menudo
parezca, es un trozo del camino hacia la realización del alma. Para ello,
viajemos atentos a las señales del cielo que, apareciendo aquí y allá,
confirman la dirección y aseguran el contacto mágico durante la jornada.
¿Acaso no es éste un
tiempo en el que, tras el pragmatismo y la racionalidad, nos acercamos veloces
a la apertura de la crisálida?
¿Acaso una gran parte
de la humanidad no está ya madura como para permitirse el lujo de vivirse en la
Unidad y la Belleza? Hace ya tiempo que la madurez y la eficacia no están
reñidas con Principios y Valores en los que el corazón se expresa.
La mente crea el
puente, pero es el corazón el que lo cruza. La mente crea andamiajes basándose
en sus objetivos y en sus metas. Sin embargo, uno sabe muy dentro que será su
propio corazón quien va a dar el gran salto, quien, de verdad, moverá las
cosas. El corazón tiene otros ojos y radares distintos a los de la mente
práctica. Es por ello que, cuando hace falta cruzar el puente y dar el salto,
él sabe muy bien cómo mover la fuerza del impulso y desencadenar la magia del
alma.
¿Qué es el corazón?,
¿un órgano fisiológico que bombea?, ¿acaso el centro del sentimiento opuesto a
la cabeza? El corazón es algo más. Tal vez es el núcleo de todo y el móvil
esencial de la existencia. A veces se ocupa de la motivación, otras, de poner
en marcha grandes y pequeñas empresas, pero lo que sin duda siempre ha hecho,
fue calentar el pecho y diferenciarnos de las máquinas.
Si nuestro corazón
está algo cerrado por el dolor sufrido en experiencias pasadas, respiremos
profundo y decidamos abrir nuestra “coraza”. Tal vez intuyamos que ahora, en el
tiempo actual, nuestra mente tiene más recursos y dispone de más herramientas
para mantener la atención y darnos cuenta. Si simplemente queremos abrir
nuestro corazón y de nuevo encender la llama, confiemos. Semejante propósito es
algo que, por su grandeza y trascendencia, merece convocar toda la energía
disponible en las altas esferas.
En realidad, el
corazón es lo Profundo y en su propia hondura se encuentran las perlas más
valiosas. Sus reinos se reconocen mediante la intuición y sus secretos se
arrebatan tan sólo con los silencios prolongados y los retiros del alma.
Decidamos abrir el corazón de la mente y no sentirá que pierde la razón, sino
que, en todo caso, su espacio se amplía y serena.
¿Acaso no resulta
sorprendente que el término “cordura” provenga de cor-coris-corazón? En
realidad, el hecho de actuar con corazón es dar muestras de cordura. De esa
cordura existencial que nos permite recordar quiénes somos y lo que
verdaderamente merece la pena.
El corazón no es el
motor de las emociones, ni tampoco tiene que ver con los sentimientos que
abruman al alma.
El corazón no es la
pasión, ni tampoco el instinto refinado que demanda supervivencia. El corazón
es el Misterio.
El corazón está más
allá de las palabras. Es un estado de consciencia que tan sólo abre sus puertas
al elegido de la Gracia. El corazón no pesa, ni tampoco acumula ofensas. Es un
espacio sin equipaje al que entrar desnudo, vacío, sin nada.
El corazón abre sus
puertas cuando ya no hay armaduras ni espadas, cuando el niño eterno se revela
consciente y sin el peso de la memoria.
El corazón se expresa
cuando el iniciado avanza hacia ese fuego frío y azul que lo convoca. ¿Buscamos
el Grial? En respuesta a tal pregunta alguien dijo: “Si es así, ten coraje, vacía
y suelta”.
Desde mi corazón te
abrazo