A fuerza de querer controlar todo lo que nos rodea, derrochamos nuestra energía y perdemos la serenidad. Cómo podemos disfrutar más de la vida, cómo podemos hacer para sentirnos en ella como en un baile, en una fiesta. Para eso debemos ser expertos en el arte de soltar. Si acarreamos las semillas del ayer al hoy, plantándolas en cada "ahora", nos atamos a aquello que ya ha terminado, que se ha ido, que pertenece a otro tiempo.
Muchas veces rehusamos cambiar un hábito, ser más flexibles, probar un nuevo método o dejar a un lado algo que sabemos está trayendo destrucción a nuestras vidas. Nos aferramos con porfía a nuestro camino, aun cuando este produzca dolor y sufrimiento. Nos aferramos hoy a una situación negativa que puede estarnos robando vitalidad, energía, creatividad y el entusiasmo de vivir.
Soltar es abandonar una ilusión: la de la separación. Lo cual no presupone, una negación de la individualidad. Simplemente, la parte se reconoce como una expresión del todo: la ola sabe que pertenece al inmenso océano y, al mismo tiempo, reconoce a las otras olas como una expresión de lo que ella misma es en su esencia. Por medio de esta aparente paradoja, el otro desaparece —nadie puede serme esencialmente extraño— y es reconocido, a su vez, en su diferencia existencial. El Yo deja de ser la medida de todas las cosas. No existe más un Yo que exige que el otro se pliegue a mis deseos.
Cuando hay un reconocimiento de que algo ha terminado, que algo está concluyendo, sea lo que sea: un trabajo, una relación, un hogar, algo que nos haya podido ayudar a definir quienes somos. Es el momento de soltarlo, permitiendo la tristeza, pero sin tratar de agarrarlo. Sabiendo que algo más grande nos está esperando, hay nuevas dimensiones para descubrir.
Parece que hay que aprender a «soltar». En todo caso es lo que cada uno puede leer u oír cuando se trata el tema de la dimensión espiritual de la existencia. Si bien esta expresión es bastante usada, incluso es un cliché del crecimiento personal, no por ello es menos confusa. Se presta a varios malos entendidos. Exactamente ¿qué debemos “soltar” o “dejar ir”? Esta actitud, ¿es compatible con un posicionamiento responsable? ¿Cómo pasar de la teoría a la práctica?
Generalmente, cuando realizamos una limpieza nos sentimos aliviados, pero no siempre somos capaces de retirar todo aquello que ya no usamos. No deja de ser algo parecido a lo que nos pasa en otros aspectos de nuestra vida, no siempre somos capaces de prescindir de algunos prejuicios o principios arraigados en nuestro pensamiento desde hace tiempo, aun habiendo comprobado reiteradamente su invalidez.
Este “deber ser” puede que simplemente este reflejando nuestros miedos a perder lo conocido, a soltar, a morir. El único problema radica en que el miedo a la muerte genera el miedo a vivir, podríamos decir que son las dos caras de la misma moneda. Es como si la vida nos quisiera enseñar constantemente la importancia de la muerte, como decía Steve Jobs, “la muerte es el mejor invento de la vida, retira lo viejo para dejar sitio a lo nuevo” “todo lo que consigues en la vida, antes o después, tienes que soltarlo; de forma gradual o de repente, de forma voluntaria u obligada”, de ahí la importancia de aprender a gestionar las pérdidas y elaborar el duelo correspondiente, de una manera sana.
La manera en que gestionemos las perdidas nos harán crecer como personas o enquistarnos, hemos de conseguir pasar de preguntarnos ¿por qué? a contestarnos ¿para qué? La clave siempre estará en aceptar la realidad, aprender a soltar y, para ello nada mejor que empezar a practicar con una buena limpieza de las cosas inútiles que nos rodean.
Antes de pretender «soltar», deberíamos saber qué es lo que «tenemos». En el centro de esta posesión se encuentra el ego, una convicción, un sentimiento del cual emana todo. Yo, Pedro o Isabel, existo independiente de todo, solo frente al otro, es decir, a todo lo que no es «Yo» y que, al ser «otro», no siempre obedece a mis deseos. La identificación con este muy querido Yo se paga muy caro: me siento separado. Así es que vivo, a la vez, en el miedo y en la ilusión de la omnipotencia. «Solo frente al mundo», «Después de mí, el diluvio», son, en suma, las dos creencias sobre las cuales se basa el ego.
¿Qué sucede en la práctica cotidiana? El sentido del yo separado se mantiene cuando rechazamos más o menos conscientemente al otro. Es decir, cuando decimos, por ejemplo, «Yo no quiero que llueva esta mañana», «yo no quiero que mi pareja se enoje», «yo rechazo todo y pretendo poner otra cosa en su lugar». Este rechazo se acompaña de una pretensión subyacente de controlarlo todo.
El hecho mismo de que «yo no quiera» implica la íntima convicción de que podría ser de otra manera porque mi soberano deseo. Queremos rehacer nuestro mundo con los «si», los «cuando», o en nombre de lo que «debe ser», lo que «hubiera podido ser> nuestros pensamientos vagabundean el pasado o el futuro. Es bastante raro que estemos «aquí y ahora», cuando, en realidad, no podemos estar en otro lado más que aquí ni en otro momento más que ahora. Independientemente de lo que mi mente pretenda, estoy donde están mis pies. Si pienso en el pasado o en el futuro, es siempre a partir de un ahora. Pasado, futuro, otro lado, no existen más que como pensamientos que surgen del aquí y ahora.
La práctica más simple y eficaz de soltar consiste, en ejercitarnos en la permanencia en el aquí y ahora con lo que es. Esta práctica no excluye prever u organizamos, ni nos dispensa de nuestras responsabilidades. La actitud de apertura incondicional al instante no conduce a bajar los brazos, ni a tolerar lo intolerable. El soltar, en lo inmediato, es totalmente compatible con la acción en el tiempo. No es resignarnos sino ser conscientes de nuestros propios límites. Un ejemplo: si hay un accidente justo frente a mí. El hecho de que practique el soltar aquí y ahora y sobre cuestiones como: ¿será grave?, ¿su vida dependerá de mí? no me conduce a abstenerme de ayudarlo. Por el contrario, este posicionamiento interior, al ahuyentar los pensamientos parasitarios o los miedos, me permite actuar más rápido, en la exacta medida de mis posibilidades.
Aquí y ahora me pertenece la acción, la propuesta de algo... Luego, la vida dirá... De este modo, guardo toda mi energía para actuar, en lugar de derrocharla. Renunciando a controlar el futuro, obtengo mejores resultados en el presente. En verdad, nuestro único poder, nuestra única responsabilidad real, se ejerce en el instante presente, el cual, prepara los instantes futuros pero sin garantías, incluyendo el próximo segundo. «La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros proyectos», decía John Lennon.
Soltar es, también, dejar de abordar la existencia con una mentalidad de «seguro contra todo riesgo». Por más que quiera controlar el futuro, la vida no es una compañía aseguradora y no ofrece ninguna garantía.
La práctica habitual del soltar nos alivia de un gran peso. Nos libera del complejo de Atlas llevando al mundo sobre nuestras espaldas. Hace coincidir el más profundo desapego con el más auténtico sentimiento de responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia los otros. Es, el fundamento de la verdadera confianza en uno mismo.
Soltar no es abandonar ni olvidar, es simplemente dejar en libertad, ser y dejar ser, sin presionar ni ahogar, no obligar o imponer, mucho menos apegarse a algo que se dice tener o se cree poseer
Soltar no implica ignorar no dejar que la rutina y el olvido se apoderen de aquello que es de mucho valor, porque va de corazón a corazón.
Muchas veces rehusamos cambiar un hábito, ser más flexibles, probar un nuevo método o dejar a un lado algo que sabemos está trayendo destrucción a nuestras vidas. Nos aferramos con porfía a nuestro camino, aun cuando este produzca dolor y sufrimiento. Nos aferramos hoy a una situación negativa que puede estarnos robando vitalidad, energía, creatividad y el entusiasmo de vivir.
Soltar es abandonar una ilusión: la de la separación. Lo cual no presupone, una negación de la individualidad. Simplemente, la parte se reconoce como una expresión del todo: la ola sabe que pertenece al inmenso océano y, al mismo tiempo, reconoce a las otras olas como una expresión de lo que ella misma es en su esencia. Por medio de esta aparente paradoja, el otro desaparece —nadie puede serme esencialmente extraño— y es reconocido, a su vez, en su diferencia existencial. El Yo deja de ser la medida de todas las cosas. No existe más un Yo que exige que el otro se pliegue a mis deseos.
Cuando hay un reconocimiento de que algo ha terminado, que algo está concluyendo, sea lo que sea: un trabajo, una relación, un hogar, algo que nos haya podido ayudar a definir quienes somos. Es el momento de soltarlo, permitiendo la tristeza, pero sin tratar de agarrarlo. Sabiendo que algo más grande nos está esperando, hay nuevas dimensiones para descubrir.
Parece que hay que aprender a «soltar». En todo caso es lo que cada uno puede leer u oír cuando se trata el tema de la dimensión espiritual de la existencia. Si bien esta expresión es bastante usada, incluso es un cliché del crecimiento personal, no por ello es menos confusa. Se presta a varios malos entendidos. Exactamente ¿qué debemos “soltar” o “dejar ir”? Esta actitud, ¿es compatible con un posicionamiento responsable? ¿Cómo pasar de la teoría a la práctica?
Generalmente, cuando realizamos una limpieza nos sentimos aliviados, pero no siempre somos capaces de retirar todo aquello que ya no usamos. No deja de ser algo parecido a lo que nos pasa en otros aspectos de nuestra vida, no siempre somos capaces de prescindir de algunos prejuicios o principios arraigados en nuestro pensamiento desde hace tiempo, aun habiendo comprobado reiteradamente su invalidez.
Este “deber ser” puede que simplemente este reflejando nuestros miedos a perder lo conocido, a soltar, a morir. El único problema radica en que el miedo a la muerte genera el miedo a vivir, podríamos decir que son las dos caras de la misma moneda. Es como si la vida nos quisiera enseñar constantemente la importancia de la muerte, como decía Steve Jobs, “la muerte es el mejor invento de la vida, retira lo viejo para dejar sitio a lo nuevo” “todo lo que consigues en la vida, antes o después, tienes que soltarlo; de forma gradual o de repente, de forma voluntaria u obligada”, de ahí la importancia de aprender a gestionar las pérdidas y elaborar el duelo correspondiente, de una manera sana.
La manera en que gestionemos las perdidas nos harán crecer como personas o enquistarnos, hemos de conseguir pasar de preguntarnos ¿por qué? a contestarnos ¿para qué? La clave siempre estará en aceptar la realidad, aprender a soltar y, para ello nada mejor que empezar a practicar con una buena limpieza de las cosas inútiles que nos rodean.
Antes de pretender «soltar», deberíamos saber qué es lo que «tenemos». En el centro de esta posesión se encuentra el ego, una convicción, un sentimiento del cual emana todo. Yo, Pedro o Isabel, existo independiente de todo, solo frente al otro, es decir, a todo lo que no es «Yo» y que, al ser «otro», no siempre obedece a mis deseos. La identificación con este muy querido Yo se paga muy caro: me siento separado. Así es que vivo, a la vez, en el miedo y en la ilusión de la omnipotencia. «Solo frente al mundo», «Después de mí, el diluvio», son, en suma, las dos creencias sobre las cuales se basa el ego.
¿Qué sucede en la práctica cotidiana? El sentido del yo separado se mantiene cuando rechazamos más o menos conscientemente al otro. Es decir, cuando decimos, por ejemplo, «Yo no quiero que llueva esta mañana», «yo no quiero que mi pareja se enoje», «yo rechazo todo y pretendo poner otra cosa en su lugar». Este rechazo se acompaña de una pretensión subyacente de controlarlo todo.
El hecho mismo de que «yo no quiera» implica la íntima convicción de que podría ser de otra manera porque mi soberano deseo. Queremos rehacer nuestro mundo con los «si», los «cuando», o en nombre de lo que «debe ser», lo que «hubiera podido ser> nuestros pensamientos vagabundean el pasado o el futuro. Es bastante raro que estemos «aquí y ahora», cuando, en realidad, no podemos estar en otro lado más que aquí ni en otro momento más que ahora. Independientemente de lo que mi mente pretenda, estoy donde están mis pies. Si pienso en el pasado o en el futuro, es siempre a partir de un ahora. Pasado, futuro, otro lado, no existen más que como pensamientos que surgen del aquí y ahora.
La práctica más simple y eficaz de soltar consiste, en ejercitarnos en la permanencia en el aquí y ahora con lo que es. Esta práctica no excluye prever u organizamos, ni nos dispensa de nuestras responsabilidades. La actitud de apertura incondicional al instante no conduce a bajar los brazos, ni a tolerar lo intolerable. El soltar, en lo inmediato, es totalmente compatible con la acción en el tiempo. No es resignarnos sino ser conscientes de nuestros propios límites. Un ejemplo: si hay un accidente justo frente a mí. El hecho de que practique el soltar aquí y ahora y sobre cuestiones como: ¿será grave?, ¿su vida dependerá de mí? no me conduce a abstenerme de ayudarlo. Por el contrario, este posicionamiento interior, al ahuyentar los pensamientos parasitarios o los miedos, me permite actuar más rápido, en la exacta medida de mis posibilidades.
Aquí y ahora me pertenece la acción, la propuesta de algo... Luego, la vida dirá... De este modo, guardo toda mi energía para actuar, en lugar de derrocharla. Renunciando a controlar el futuro, obtengo mejores resultados en el presente. En verdad, nuestro único poder, nuestra única responsabilidad real, se ejerce en el instante presente, el cual, prepara los instantes futuros pero sin garantías, incluyendo el próximo segundo. «La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros proyectos», decía John Lennon.
Soltar es, también, dejar de abordar la existencia con una mentalidad de «seguro contra todo riesgo». Por más que quiera controlar el futuro, la vida no es una compañía aseguradora y no ofrece ninguna garantía.
La práctica habitual del soltar nos alivia de un gran peso. Nos libera del complejo de Atlas llevando al mundo sobre nuestras espaldas. Hace coincidir el más profundo desapego con el más auténtico sentimiento de responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia los otros. Es, el fundamento de la verdadera confianza en uno mismo.
Soltar no es abandonar ni olvidar, es simplemente dejar en libertad, ser y dejar ser, sin presionar ni ahogar, no obligar o imponer, mucho menos apegarse a algo que se dice tener o se cree poseer
Soltar no implica ignorar no dejar que la rutina y el olvido se apoderen de aquello que es de mucho valor, porque va de corazón a corazón.